Por José Luis Sanz. Catedrático de Paleontología de la UAM.
AVISO: CONTIENE SPOILERS
En las películas clásicas de dinosaurios como The Beast of 20.000 Fathoms (El monstruo de tiempos remotos, 1953), Gojira (Japón bajo el terror del monstruo, 1954) oThe Giant Behemoth (1959), los dinosaurios son tales porque los paleontólogos de la película dicen que lo son. Su aspecto, normalmente, no se corresponde con ningún dinosaurio conocido. De manera que, en realidad, son animales monstruosos que surgen del pasado remoto por algún proceso “natural” o por daños colaterales de algún experimento científico (como bombas atómicas). De todas formas, no existe un acto de voluntad de creación del monstruo (es decir, no tienen nada que ver con el mito de Frankenstein). En definitiva en estas viejas (y magníficas) películas los supuestos dinosaurios son representaciones de la violencia animal encarnada en un monstruo gigante.
Se dice que en las primeras reuniones de pre- producción de Parque jurásico (1993) el “Señor” Spielberg (Dominus vobiscum) exigió a sus colaboradores que los dinosaurios de su película deberían ser animales reales, no monstruos, como en los títulos clásicos. De esta manera el tándem Crichton-Spielberg desarrolló una película que básicamente supone un compromiso con la Dinosaur Renaissance, el paradigma paleobiológico todavía vigente en el estudio de los dinosaurios. La reciente Jurassic World (2015) parecería romper con este planteamiento de la saga original, volviendo, en su criatura más emblemática (Indominus rex), al mito del monstruo. La justificación de tal planteamiento es divertida, ya que juega con un guiño al espectador. En el parque creen que los dinosaurios por sí solos ya no atraen a la gente, necesitan “algo más”. Esta propuesta de la ficción se extiende a la propia película y se dirige a la gente sentada en la sala de cine y a la que tiene que comprar su entrada.
Así, en Jurassic World el síndrome de Frankenstein aparece con mucha fuerza. La ingeniería genética ya no está el servicio de la reconstrucción de la vida en el pasado, sino que es una exigencia comercial del dueño del parque, que quiere el dinosaurio más grande, más feroz y más guay de todos los tiempos. Para ello se mezclan genomas que incluyen incluso una sepia y un toquecito de Concavenator. El resultado final no es un dinosaurio, sino un monstruo en el sentido más literal de la palabra, que mata por el placer de matar. Parecería que este planteamiento es una “traición” al espíritu deParque Jurásico. Pero la película tiene un recurso final para volver a poner las cosas en su sitio, dentro de una magnífica batalla final entre los dinosaurios e Indominus. El triunfo de los primeros puede ser entendido como una alegoría que rechaza la interpretación clásica de los dinosaurios como monstruos. La naturaleza sigue siendo la única protagonista de Parque jurásico.
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