jueves, 27 de agosto de 2015

¿HA SIDO LA HISTORIA DIRIGIDA POR SOCIEDADES SECRETAS?




A lo largo del siglo XVI se efectúa un cambio de filosofía en la ciencia. Nace una nueva ciencia más moderna, más experimental, y los investigadores comienzan a cuestionar las cosas que hasta ese momento parecían inamovibles. Una nueva sociedad científica estaba viendo la luz y comenzaban a tambalearse los dogmas establecidos por las jerarquías eclesiásticas. Ciertamente los investigadores tuvieron que mantener un cierto secretismo para poder llevar a cabo sus descubrimientos sin despertar las iras de la Iglesia. Al igual que Galileo, otros científicos y pensadores notables fueron perseguidos o murieron en extrañas circunstancias. El Vaticano y los «sabios» del sistema que recibían su protección y sus prebendas, estaban dispuestos a cualquier recurso para impedir que el afán de conocimiento acabara destruyendo su poderío.

Pero los investigadores siguieron adelante, a menudo amparados en el secretismo, porque creían en la verdad expresada por el gran Galileo: “La ciencia está escrita en el más grande de los libros, abierto permanentemente ante nuestros ojos, el Universo, pero no puede ser comprendido a menos de aprender a entender su lenguaje y a conocer los caracteres con que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las que es humanamente imposible entender una sola palabra; sin ellas uno vaga desesperadamente por un oscuro laberinto“.Todos los investigadores y descubridores de aquel tiempo establecían sus especulaciones y teoremas en privado, en sus reuniones, pero no a través de la enseñanza oficial.



Ciertamente las universidades italianas del Renacimiento eran las mejores y las más agraciadas por los donativos proporcionados por sus ostentosos mecenas. Investigar y trabajar en otros lugares que no fueran Padua, Pisa, Bolonia o Pavia era arriesgarse a caer en el anonimato. Tan relevantes eran estas universidades, que la ciencia en aquella época hablaba en italiano o en latín. En sus claustros enseñaban los sabios de mayor renombre y, como contraprestación, se les ofrecía los mejores patrocinadores para sus investigaciones. Claro que no convenía recibir una subvención y correr el riesgo de que ésta fuera retirada porque el clero considerase que se había llegado más allá de lo que marcaban los dogmas.

Pero no todas las universidades europeas reaccionaron favorablemente al cambio. Así la de Salamanca, que durante otros tiempos se había convertido en un punto de referencia en lo que a investigaciones anatómicas y astronómicas se refiere, durante ese periodo de cambio científico prefirió ser prudente. Su claustro no aceptó los nuevos postulados, refugiándose en las tradiciones clásicas que estaban aceptadas y amparadas por la Iglesia.



Un caso similar se dio en La Sorbona, que no aceptó las nuevas teorías científicas pues temía que generasen problemas en la teología a la que estaba aferrada. Por el contrario, la Universidad de Montpellier recibió con los brazos abiertos los aires de renovación.

Probablemente haya cierta incoherencia histórica en la novela de Dan Brown. No sabemos si Galileo dijo realmente que «cuando miraba por su telescopio los planetas, oía la voz de Dios en la música de las esferas». Lo que sí sabemos es que Pitágoras (585-500 a. C.) el célebre filósofo y matemático griego, acuñó el término «música de las esferas». Más exactamente, según Aristóteles, Pitágoras dijo en cierta ocasión: «Hay Geometría en el canturreo de las cuerdas; hay Música en el espacio que separa a las Esferas».

¿Puede ser cierto que determinadas mentes preclaras de la época de Galileo se vieron obligadas a reunirse en secreto? Se sabe que varios de esos científicos establecieron vínculos con asociaciones secretas de su época. Y aunque las grandes figuras de la ciencia de la época no pertenecieron a los illuminati, dado que esta sociedad secreta aún no existía, sin duda se aproximaron a las sociedades secretas, en tanto representaban una posible protección frente a la intolerancia eclesiástica.



Antes de consagrarse totalmente al estudio y a la filosofía, el notable pensador inglés Francis Bacon (1561 – 1626) había alcanzado elevadas posiciones políticas y diplomáticas, así como obtenido los títulos de vizconde de Saint Alban y barón de Verulam por sus servicios a la Corona. En 1618, cuando ostentaba el prestigioso cargo de Lord Canciller, se vio envuelto en un confuso pleito por cohecho y soborno que acabó con su carrera política. No es improbable que su caída respondiera en realidad a una conjura para hundir a quien era, a su vez, un conjurado, miembro de una poderosa logia secreta. A los 18 años, tras la muerte de su padre, el joven Bacon ingresó en Gray’s Inn, una suerte de colegio mayor que impartía clases de derecho, según la costumbre británica. En 1582 obtuvo el título de abogado, iniciando una actividad legal y política que lo llevóal Parlamento en el 1600.

Tres años después el ascenso al trono de Jacobo I (James I de Inglaterra y James VI de Escocia) dio un nuevo impulso al imparable ascenso político de Francis Bacon. Avanzó varios niveles en su posición pública, hasta ser designado Lord Canciller en 1618, junto a la obtención del título de barón y, dos años después, el de vizconde. De pronto, en la cúspide su carrera, fue detenido bajo la acusación de abusar de su cargo para favorecer a determinadas personas que lo habrían sobornado. El tribunal lo encontró culpable de cohecho, pero el rey conmutó su condena, aunque le aconsejó que se alejara de la vida pública.

Sir Francis, que ya había bosquejado algunos apartados del Novum Organum, en el que proponía un nuevo método científico, acató el consejo real. Dedicó el resto de su vida a escribir una extensa serie de tratados y libros sobre diversos temas que le proporcionaron celebridad como filósofo y admiración como literato, pero nunca llegó a revelar los entresijos del juicio o de los oscuros actos que lo motivaron.



Entusiasta defensor de los nuevos tiempos de la ciencia, Bacon publicó varios artículos y folletos en los que promueve el enfoque naturalista y experimental. En uno de ellos animaba a sus colegas científicos afirmando: “Sólo han existido tres grandes sociedades de la historia, Grecia, Roma y Europa, en las que las ciencias progresen. Sin embargo, la vacilación todavía reina en nuestros días. Debemos empero utilizar la indagación de la naturaleza como método de investigación. Debemos dar salida al espíritu del hombre y dejarle que experimente más allá de las fronteras que imponen los criterios de siempre. Debemos luchar por sentir que hay algo más que aquello que hemos aceptado hasta hoy“.

Algunos autores han querido ver en Bacon a un miembro de alguna sociedad secreta de la época. Aducen que, como hemos apuntado, el presunto soborno que provocó su caída fue una trampa tendida por agentes del Vaticano, y se apoyan en dos obras del filósofo que hubieran podido ser firmadas por Adam Weishaupt, creador de los Iluminados de Baviera. Una de ellas es el Tratado sobre el valor y el progreso de la ciencia, de 1605, donde aboga brillantemente por el rigor y la independencia de los científicos. La otra, titulada Nueva Atlántida, publicada después de su muerte en 1626, es, desde el título hasta el contenido, abiertamente esotérica. Bacon describe en ella un mundo utópico y perfecto, organizado como una república democrática universal, donde el misticismo y la ciencia conviven en armonía. Sin duda se trata de una clara referencia al reino de la Atlántida, perdido a causa del Diluvio, que desean recuperar algunas sociedades secretas.



Lo cierto es que hay constancia de que Bacon estaba bastante vinculado a distintas sectas de carácter esotérico. Se ha especulado también sobre la posibilidad de que tuviera contactos con los seguidores de un ancestral culto de corte filosófico y espiritual, que recibía el sugerente nombre de Rosacruz.

La propiedad financiera y de la tierra de América por parte de una determinada élite fue asegurada mediante la fundación de la Compañía de Virginia por el rey James I, de Inglaterra, en 1606. James I nombró caballero a Francis Bacon, así como para muchos puestos importantes, incluyendo el de Presidente de la Cámara de los Lores de Inglaterra (Lord Chancellor). Bajo el patrocinio del rey James I, los Templarios, Rosacruces y otras sociedades secretas se agruparon bajo el nombre común de Masonería.

Algunos de los miembros iniciales de la Compañía de Virginia fueron Francis Bacon, el Conde de Pembroke, el Conde de Montgomery, el Conde de Salisbury, el Conde de Northampton, y Lord Southampton, todos de ellos supuestos miembros de la Hermandad de Babilonia. La Compañía de Virginia todavía existe bajo otros nombres y todavía controla los Estados Unidos.



Una de las numerosas ramas de los francmasones que surgió en 1307 es oriunda de los templarios, que fueron perseguidos por el Vaticano, por orden del rey francés Felipe IV. Aquéllos que pudieron escapar de la prisión y la tortura impuesta por los inquisidores se refugiaron principalmente en Portugal, Inglaterra y Escocia. Allí trabajaron en secreto durante siglos, supuestamente para traer justicia al mundo y para hacer crecer los derechos de los seres humanos. Pero la historia muestra que, por otro lado, sociedades secretas tales como, por ejemplo, el grado 33 del Rito Escocés de los francmasones, pueden ser una fuerza peligrosa capaz de elegir gobernantes, derribarlos y servirse de alianzas secretas para provocar conflictos globales.

Los francmasones estaban en el frente de la transición conocida como la Guerra de la Independencia estadounidense. El programa de la Hermandad para América fue condensado en la obra La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, publicado en 1607, en que una “Universidad Invisible” de intelectuales selectos determinaba los acontecimientos.



Uno de los francmasones que lideraba las colonias británicas en América era Benjamin Franklin, que es reverenciado como un Padre Fundador. Su efigie puede ser vista en el billete de 100 dólares. Se dice que Benjamin Franklin trabajaba para los servicios de inteligencia británicos. Franklin fue el que, el 8 de diciembre de 1730, publicó en La Gaceta de Pensilvania el primer artículo sobre la Masonería. Se hizo oficialmente francmasón en febrero de 1731, y fue elegido Gran Maestre Provincial de Pensilvania en 1734. En este mismo año, Franklin publicó el primer libro masónico en América y también fue fundada la primera logia estadounidense en su estado de Filadelfia.

Curiosamente la Guerra de Independencia estadounidense fue organizada en Filadelfia y allí todavía encontramos la Campana de la Libertad (Liberty Bell), como símbolo de Bel, el dios del Sol de los fenicios y los arios. Franklin, que era también un Gran Maestre Rosacruz, estaba en el núcleo de la operación de la Hermandad para apoderarse de América y reemplazar el control explícito de Londres por un control encubierto.



Cuando en "Angeles y demonios" se dice que hay una especie de ruta «Illuminata» vinculada con científicos de la época de Galileo, que se reunían en la Iglesia de la Iluminación, nada lleva a pensar en los rosacruces. Pero los rosacruces existieron realmente y estaban interesados en la ciencia. De hecho, una de los objetivos que tuvo la Rosacruz Real era crear un Colegio Invisible, algo así como una institución secreta que tenía por finalidad promover la ciencia.

El Colegio Invisible fue un precursor de la Royal Society del Reino Unido. Se trataba de un grupo de filósofos y científicos, entre ellos Robert Boyle, John Wilkins, John Wallis, John Evelyn, Robert Hooke, Christopher Wren, y William Petty. En las cartas de 1646 y 1647, Boyle se refiere a “nuestro colegio invisible” o “nuestra universidad filosófica“. El tema común de la sociedad fue la adquisición de conocimientos a través de la investigación experimental. A su vez los “Hartlibianos“, un círculo de personas en torno a Samuel Hartlib , fueron los precursores del Colegio Invisible. Sir Cheney Culpeper y Benjamin Worsley se interesaron por la alquimia, pero también por temas agrícolas.



Al margen de la ficción de la novela de Brown, la realidad es que en la época de Galileo algunos científicos se reunían en secreto. Hay datos de algunas de estas reuniones alrededor de 1614, pero los asistentes no podían ser illuminati, ya que esta sociedad aún tenía que fundarse.

(Fuente: https://oldcivilizations.wordpress.com/)

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