Se han invertido los papeles, pues resulta que ahora las víctimas se han convertido en culpables. Actualmente se da el caso de que el consumidor es el culpable, ya que no son las grandes compañías -que introducen cada vez más productos nuevos en el mercado- las que tienen que demostrar la inocuidad de sus productos, sino que, por ejemplo en el caso de los transgénicos, es el consumidor el que debe demostrar el daño producido.
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