martes, 10 de diciembre de 2013

¿Qué es tu mente?

...Los chamanes eran seres prácticos, y lo que ellos describían era siempre algo muy sobrio y muy realista, dijo don Juan. La dificultad de entender lo que los chamanes hacían estaba en que ellos procedían desde un sistema cognitivo diferente.


Aquel día, sentados en la parte trasera de su casa en el centro de México, don Juan dijo que el cuerpo energé­tico era de una importancia clave en todo lo que estaba ocurriendo en mi vida. Él veía como un hecho energéti­co el que mi cuerpo energético, en lugar de alejarse de mí (como sucede normalmente), se me acercaba a gran ve­locidad.


‑¿Qué significa el que se me esté acercando, don Juan? ‑pregunté.


‑Significa que algo te va a sacar la mugre ‑dijo don Juan sonriendo‑. Un grado tremendo de control va a aparecer en tu vida, pero no tu control; el control del cuerpo energético.


‑¿Quiere decir, don Juan, que una fuerza externa va a controlarme? ‑pregunte



Hay montones de fuerzas externas controlándote ahorita mismo ‑don Juan replicó‑. El control al que me refiero es algo que está fuera del dominio del lengua­je. Es tu control pero a la vez no lo es. No puede ser clasi­ficado, pero sí puede ser experimentado. Y, por cierto y por sobre todo, puede ser manipulado. Recuerda: puede ser manipulado, por supuesto, para tu beneficio total, que no es, claro, tu propio beneficio sino el beneficio del cuerpo energético. Sin embargo, elcuerpo energético eres tú, así es que podríamos continuar indefinidamente co­mo perros mordiéndose la propia cola, tratando de expli­car esto. El lenguaje es inadecuado. Todas estas experien­cias están más allá de la sintaxis.



La oscuridad había descendido muy rápidamente, y el follaje de los árboles, que momentos antes brillaba de color verde, estaba ahora muy oscuro y denso. Don Juan dijo que si yo prestaba atención intensamente a la oscuri­dad del follaje, sin enfocar la mirada sino mirando como con el rabillo del ojo, vería una sombra fugaz cruzando mi campo de visión.


‑Ésta es la hora apropiada para hacer lo que te voy a pedir ‑dijo‑. Toma un momento en fijar la atención necesaria de parte tuya para lograrlo. No pares hasta que captes esa sombra fugaz negra.


Vi de hecho una extraña sombra fugaz negra proyec­tada en el follaje de los árboles. Era, o bien una sombra que iba de un lado al otro, o varias sombras fugaces mo­viéndose de derecha a izquierda o de izquierda a dere­cha, o hacia arriba en el aire. Me parecían peces negros y gordos, peces enormes. Era como si gigantescos peces­ espada volaran por el aire. Estaba absorto en la visión. Luego, finalmente, la visión me asustó. Estaba ya muy oscuro para ver el follaje, pero aun así veía las sombras fugaces negras.


‑¿Qué es, don Juan? ‑pregunté‑. Veo sombras fugaces negras por todos lados.


‑Ah, es el universo en su totalidad -dijo‑, incon­mensurable, no lineal, fuera del reino de la sintaxis. Los chamanes del México antiguo fueron los primeros que vieron esas sombras fugaces, así es que las siguieron. Las vieron como tú las viste hoy, y las vieron como energía que fluye en el universo. Y, sí, descubrieron algo tras­cendental.


Paró de hablar y me miró. Sus pausas encajaban per­fectamente. Siempre paraba de hablar cuando yo pendía de un hilo.


‑¿Qué descubrieron, don Juan? ‑pregunté.


‑Descubrieron que tenemos un compañero de por vida ‑dijo de la manera más clara que pudo‑. Tene­mos un predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control sobre nuestras vidas. Los seres humanos son sus prisioneros. El predador es nuestro amo y señor. Nos ha vuelto dóciles, indefensos. Si que­remos protestar, suprime nuestras protestas. Si quere­mos actuar independientemente, nos ordena que no lo hagamos.


Estaba ya muy oscuro a nuestro alrededor, y eso pa­recía impedir cualquier expresión de mi parte. Si hubie­ra sido de día, me hubiera reído a carcajadas. En la oscu­ridad, me sentía bastante inhibido.


‑Hay una negrura que nos rodea ‑dijo don Juan‑, pero si miras por el rabillo del ojo, verás todavía las fuga­ces sombras saltando a tu alrededor.


Tenía razón. Aun las podía ver. Sus movimientos me marearon. Don Juan prendió la luz, y eso pareció disi­parlo todo.


‑Has llegado, a través de tu propio esfuerzo, a lo que los chamanes del México antiguo llamaban el tema de temas ‑dijo don Juan‑. Me anduve con rodeos to­do este tiempo, insinuándote que algo nos tiene prisione­ros. ¡Desde luego que algo nos tiene prisioneros! Esto era unhecho energético para los chamanes del México an­tiguo.


‑¿Pero, por qué este predador ha tomado posesión de la manera que usted describe, don Juan? ‑pregun­té‑. Debe haber una explicación lógica.


‑Hay una explicación ‑replicó don Juan‑, y es la explicación más simple del mundo. Tomaron posesión porque para ellos somos comida, y nos exprimen sin compasión porque somos su sustento. Así como noso­tros criamos gallinas en gallineros, así también ellos nos crían en humaneros. Por lo tanto, siempre tienen comi­da a su alcance.


Sentí que mi cabeza se sacudía violentamente de lado a lado. No podía expresar mi profundo sentimiento de incomodidad y descontento, pero mi cuerpo se movía haciéndolo patente. Temblaba de pies a cabeza sin voli­ción alguna de mi parte.


‑No, no, no, no ‑me oí decir‑. Esto es absurdo, don Juan. Lo que usted está diciendo es algo monstruo­so. Simplemente no puede ser cierto, para chamanes o para seres comunes, o para nadie.


‑¿Por qué no? ‑don Juan preguntó calmadamen­te‑. ¿Por qué no? ¿Por qué te enfurece?


‑Sí, me enfurece ‑le contesté‑. ¡Esas afirmacio­nes son monstruosas!


‑Quiero apelar a tu mente analítica ‑dijo don Juan‑. Piensa por un momento, y dime cómo explica­rías la contradicción entre la inteligencia del hombre‑in­geniero y la estupidez de sus sistemas de creencias, o la estupidez de su comportamiento contradictorio. Los chamanes creen que los predadores nos han dado nuestro sistemas de creencias, nuestras ideas acerca del bien y el mal, nuestras costumbres sociales. Ellos son los que establecieron nuestras esperanzas y expecta­tivas, nuestros sueños de triunfo y fracaso. Nos otorgaron la codicia, la mezquindad y la cobardía. Es el predador el que nos hace complacientes, rutinarios y egomaniá­ticos.


‑¿Pero de qué manera pueden hacer esto, don Juan? ‑pregunté, de cierto modo más enojado aún por sus afirmaciones‑. ¿Susurran todo esto en nuestros oídos mientras dormimos?


‑No, no lo hacen de esa manera, ¡eso es una idio­tez! ‑dijo don Juan, sonriendo‑. Son infinitamente más eficaces y organizados que eso. Para mantenernos obedientes y dóciles y débiles, los predadores se involu­craron en una maniobra estupenda (estupenda, por su­puesto, desde el punto de vista de un estratega). Una maniobra horrible desde el punto de vista de quien la sufre. ¡Nos dieron su mente! ¿Me escuchas? Los pre­dadores nos dieron su mente, que se vuelve nuestra mente. La mente del predador es barroca, contradicto­ria, mórbida, llena de miedo a ser descubierta en cual­quier momento.


»Aunque nunca has sufrido hambre ‑continuó‑, sé que tienes unas ansias continuas de comer, lo cual no es sino las ansias del predador que teme que en cual­quier momento su maniobra será descubierta y la comi­da le será negada. A través de la mente, que después de todo es su mente, los predadores inyectan en las vi­das de los seres humanos lo que sea conveniente para ellos. Y se garantizan a ellos mismos, de esta manera, un grado de seguridad que actúa como amortiguador de su miedo.


‑No es que no pueda aceptar esto como válido, don Juan ‑dije‑. Podría, pero hay algo tan odioso al res­pecto que realmente me causa rechazo. Me fuerza a to­mar una posición contradictoria. Si es cierto que nos co­men, ¿cómo lo hacen?


Don Juan tenía una sonrisa de oreja a oreja. Rebosaba de placer. Me explicó que los chamanes ven a los niños humanos como extrañas bolas luminosas de energía, cu­biertas de arriba a abajo con una capa brillante, algo así como una cobertura plástica que se ajusta de forma ceñi­da sobre su capullo de energía. Dijo que esa capa brillan­te de conciencia era lo que los predadores consumían, y que cuando un ser humano llegaba a ser adulto, todo lo que quedaba de esa capa brillante de conciencia era una angosta franja que se elevaba desde el suelo hasta por en­cima de los dedos de los pies. Esa franja permitía al ser humano continuar vivo, pero sólo apenas.


Como si hubiera estado en un sueño, oí a don Juan Matus explicando que, hasta donde él sabía, la humani­dad era la única especie que tenía la capa brillante de conciencia por fuera del capullo luminoso. Por lo tanto, se volvió presa fácil para una conciencia de distinto or­den, tal como la pesada conciencia del predador.


Luego hizo el comentario más injuriante que había pronunciado hasta el momento. Dijo que esta angosta franja de conciencia era el epicentro donde el ser humano estaba atrapado sin remedio. Aprovechándose del único punto de conciencia que nos queda, los predadores crean llamaradas de conciencia que proceden a consumir de manera despiadada y predatorial. Nos otorgan proble­mas banales que fuerzan a esas llamaradas de conciencia a crecer, y de esa manera nos mantienen vivos para alimen­tarse con la llamarada energética de nuestras seudo‑pre­ocupaciones.


Algo debía de haber en lo que don Juan decía, pues me resultó tan devastador que a este punto se me revol­vió el estómago.


Después de una pausa suficientemente larga para que me pudiera recuperar, le pregunté a don Juan:


‑¿Pero por qué, si los chamanes del México anti­guo, y todos los chamanes de la actualidad, ven los pre­dadores no hacen nada al respecto?


‑No hay nada que tú y yo podamos hacer ‑dijo don Juan con voz grave y triste‑. Todo lo que pode­mos hacer es disciplinarnos hasta el punto de que no nos toquen. ¿Cómo puedes pedirles a tus semejantes que atraviesen los mismos rigores de la disciplina? Se reirán y se burlarán de ti, y los más agresivos te darán una pa­tada en el culo. Y no tanto porque no te crean. En lo más profundo de cada ser humano, hay un saber ancestral, visceral acerca de la existencia del predador.


‑Los chamanes del México antiguo ‑dijo‑ vieron al predador. Lo llamaron el volador porque brinca en el aire. No es nada lindo. Es una enorme sombra, de una oscuridad impenetrable, una sombra negra que salta por el aire. Luego, aterriza de plano en el suelo. Los chama­nes del México antiguo estaban bastante inquietos con saber cuándo había hecho su aparición en la Tierra. Ra­zonaron que era que el hombre debía haber sido un ser completo en algún momento, con estupendas revela­ciones, proezas de conciencia que hoy en día son leyen­das mitológicas. Y luego todo parece desvanecerse y nos quedamos con un hombre sumiso.


‑Lo que estoy diciendo es que no nos enfrentamos a un simple predador. Es muy ingenioso, y es organiza­do. Sigue un sistema metódico para volvernos inútiles. El hombre, el ser mágico que es nuestro destino alcan­zar, ya no es mágico. Es un pedazo de carne. No hay más sueños para el hombre sino los sueños de un ani­mal que está siendo criado para volverse un pedazo de carne: trillado, convencional, imbécil.


‑Este predador ‑dijo don Juan‑, que por supues­to es un ser inorgánico, no nos es del todo invisible, como lo son otros seres inorgánicos. Creo que de niños sí los vemos, y decidimos que son tan terroríficos que no queremos pensar en ellos. Los niños podrían, por su­puesto, decidir enfocarse en esa visión, pero todo el mundo a su alrededor lo disuade de hacerlo.


»La única alternativa que le queda a la humanidad ‑continuó‑ es la disciplina. La disciplina es el único repelente. Pero con disciplina no me refiero a arduas ru­tinas. No me refiero a levantarse cada mañana a las cin­co y media y a darte baños de agua helada hasta ponerte azul. Los chamanes entienden por disciplina la capaci­dad de enfrentar con serenidad circunstancias que no están incluidas en nuestras expectativas. Para ellos, la disciplina es un arte: el arte de enfrentarse al infinito sin vacilar, no porque sean fuertes y duros, sino porque es­tán llenos de asombro.


‑¿De qué manera sería la disciplina de un brujo un repelente? ‑pregunté.


‑Los chamanes dicen que la disciplina hace que la capa brillante de conciencia se vuelva desabrida al vola­dor ‑dijo don Juan, escudriñando mi cara como que­riendo encontrar algún signo de incredulidad‑. El re­sultado es que los predadores se desconciertan. Una capa brillante de conciencia que sea incomible no es parte de su cognición, supongo. Una vez desconcertados, no les queda otra opción que descontinuar su nefasta tarea.


»Si los predadores no nos comen nuestra capa bri­llante de conciencia durante un tiempo ‑continuó‑, ésta seguirá creciendo. Simplificando este asunto en ex­tremo, te puedo decir que los chamanes, por medio de su disciplina, empujan a los predadores lo suficiente­mente lejos para permitir que su capa brillante de con­ciencia crezca más allá del nivel de los dedos de los pies. Una vez que pasa este nivel, crece hasta su tamaño natu­ral. Los chamanes del México antiguo decían que la capa brillante de conciencia es como un árbol. Si no se lo poda, crece hasta su tamaño y volumen naturales. A me­dida que la conciencia alcanza niveles más altos que los dedos de los pies, tremendas maniobras de percepción se vuelven cosa corriente.


»El gran truco de esos chamanes de tiempos antiguos ‑continuó don Juan‑ era sobrecargar la mente del vo­lador con disciplina. Descubrieron que si agotaban la mente del volador con silencio interno, la instalación fo­ránea saldría corriendo, dando al practicante envuelto en tal maniobra la total certeza del origen foráneo de la mente. La instalación foránea vuelve, te aseguro, pero no con la misma fuerza, y comienza un proceso en que la huida de la mente del volador se vuelve rutina, hasta que un día desaparece de forma permanente. ¡Un día de lo más triste! Ése es el día en que tienes que contar con tus propios recursos, que son prácticamente nulos. No hay nadie que te diga qué hacer.Ya No hay una mente de origen foráneo que te dicte las imbecilidades a las que estás ha­bituado.


‑Mi maestro, el nagual Julián, les advertía a todos sus discípulos -continuó don Juan‑, que éste era el día más duro en la vida de un chamán, pues la verdadera mente que nos pertenece, la suma total de todas nuestras experiencias, después de toda una vida de dominación se ha vuelto tímida, insegura y evasiva. Personalmente, pue­do decirte que la verdadera batalla de un chamán comien­za en ese momento. El resto es mera preparación.


Te voy a revelar uno de los secretos más extraordinarios de la brujería. Te voy a describir un hallazgo que les tomó a los chamanes miles de años para verificar y consolidar.


Me miró y sonrió de manera maliciosa.


‑La mente del volador huye para siempre cuando un chamán logra asirse a la fuerza vibradora que nos mantiene unidos como conglomerado de fibras energé­ticas. Si un chamán mantiene esa presión durante sufi­ciente tiempo, la mente del volador huye derrotada. Y eso es exactamente lo que vas a hacer: agarrarte a la ener­gía que te mantiene unido.


»El verdadero peligro está en que la mente del volador te puede vencer agotándote y forzándote a abandonar ju­gando con la contradicción entre lo que ella te dice y lo que yo te digo.


»Te digo, la mente del volador no tiene competido­res ‑continuó don Juan‑. Cuando propone algo, está de acuerdo con su propia proposición, y te hace creer que hiciste algo de valor. La mente del volador te dirá que lo que don Juan Matus te está diciendo es puro dis­parate, y luego la misma mente estará de acuerdo con su propia proposición. "Sí, por supuesto, es un disparate", dirás. Así nos vencen.


»Los voladores son una parte esencial del universo ‑continuó‑, y deben tomarse como lo que son real­mente: asombrosos, monstruosos. Son el medio por el cual el universo nos pone a prueba.


»Somos sondas creadas por el universo ‑siguió, como si yo no estuviera presente‑, y es porque somos poseedores de energía con conciencia, que somos los medios por los que el universo se vuelve consciente de sí mismo. Los voladores son los desafiantes implacables. No pueden ser considerados de ninguna otra forma. Si lo logramos, el universo nos permite continuar...


EL LADO ACTIVO DEL INFINITO de CARLOS CASTANEDA

Fuente: Creología

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