viernes, 30 de marzo de 2012

¿Están locos los chamanes?

Las alucinaciones son experiencias sensoriales conscientes que aparentemente no tienen una fuente material exterior. Pero, como explica Tanya Marie Luhrmann, una antropóloga cultural de la universidad de Stanford, las alucinaciones no son sólo fenómenos biológicos. Están, de hecho, fuertemente moldeadas por el aprendizaje y por los modos culturales que dirigen la atención de los sentidos, lo que abre un un camino de fecunda colaboración entre la biomedicina y las disciplinas humanistas.




















                                                                                                       Un chamán esquimal

Las alucinaciones, patológicas y no patológicas, parecen emerger a partir de sesgos perceptuales donde el “ruido cognitivo” es difícil de reparar. Pero estas experiencias, que pueden ocurrir de forma automática, son muy sensibles a las expectativas sociales y psicológicas: “Alguien que percibe un ruido ambiguo es más probable que lo interprete, alguien que necesita una respuesta es más probable que escuche una, y alguien que piensa que una respuesta puede ser escuchada, es más probable que la escuche”.

Algunas experiencias de percepción anómala que trascienden la cultura
Luhrmann distigue tres patrones diferentes de experiencias alucinatorias que trascienden la cultura: sobrecargas sensoriales (sensory overrides), alucinaciones psicóticas, y el llamado “patrón de Juana de Arco”.
Las sobrecargas sensoriales son eventos puntuales que tienen lugar cuando la mente exagera un estímulo existente, pero no poseen el fuerte impacto de las alucinaciones patológicas en la esquizofrenia. Este tipo de experiencias parecen estar asociadas a la “absorción” psicológica, es decir, la capacidad para dirigir la mente a un sólo objeto disminuyendo la atención por la corriente de estímulos corrientes.
Las alucinaciones asociadas a la psisosis, por el contrario, tienen a menudo un aspecto más terrible e incontrolable. Este patrón de escuchar voces, o de ser tomado por ideas fijas, es reconocido en todas partes como una enfermedad mental. La esquizofrenia no es un síndrome exclusivamente occidental como se pensaba románticamente (Jane Murphy, 1976) aunque, como explicaba Arthur Kleinman ya en 1989, su su curso varía mucho en las sociedades industriales o no industriales. Luhrmann puntualiza: “podría ser también cierto que, en un sentido profundo, la esquizofrenia sea una enfermedad de la modernidad. La combinación de voces perturbadoras, delirios, y disfunción cognitiva que asociamos a la esquizofrenia podrían haber surgido con la industrialización”.
El “patrón de Juana de Arco” se refiere aparentemente a aquellos casos raros en los que las alucinaciones son frecuentes, pero no tienen el poder perturbador de las alucinaciones psicóticas y no están asociadas con otros síntomas típicos. Podría ser el caso de figuras históricas conocidas como Santa Catalina, Santa Margarita, Moisés o Mahoma, Sócrates y la propia Juana de Arco. Según la historiadora Ann Taves, las grandes figuras de la religiones “axiales” habrían recibido sus supuestas “revelaciones” en estado de trance e intensa absorción. Sin embargo, un inconveniente con esta aproximación es que este tipo de diagnósticos son muy inciertos siglos después de haber ocurrido.

El papel decisivo de la expectación cultural
Las alucinaciones y otro tipo de anomalías de la percepción tienen una indudable base biológica, pero las condiciones en las que se esperan ciertas experiencias de este tipo son variables y específicas en cada cultura. La investigación reciente sugiere que esta expectación cultural realmente genera experiencias de sobrecarga sensorial no patológica. Un caso próximo (Kravel-Tovi y Bilu, 2008) es el del rabi ultraortodoxo Menachem Schneerson, muerto en 1994, y que provocó una sacudida mesiánica en sus seguidores, hasta el punto de experimentar episodios de aparición y “resurrección” del maestro que muestran asombrosos puntos en común con los episodios evangélicos.
Luhrmann enfatiza el papel del “entrenamiento espiritual” para estimular este tipo de experiencias. Las técnicas de meditación y atención, desde la meditación tibetana a las técnicas ignacianas, permiten dirigir la conciencia hacia la escucha de Dios, o de otros objetos espirituales, haciendo que de hecho sea mas probable que la voz de Dios sea escuchada dentro de la mente: “Aunque la literatura psicológica guarda silencio sobre si estas técnicas de entrentamiento generan sobrecargas sensoriales, la literatura etnográfica e histórica sugieren fuertemente que el cultivo de un sentido interior produce experiencias sensoriales que son interpretadas como signos de lo sobrenatural”.
Este entrenamiento puede dar lugar a resultados como los experimentados habitualmente por chamanes y otro tipo de figuras espirituales en las sociedades tradicionales. Para Luhrmann, la percepción de los chamanes como desequilibrados de hecho no se sostiene en la era de la psiquiatría biomédica:
En las décadas en las que el psicoanálisis dominaba la psiquiatría americana, cuando se entendía la esquizofrenia como una respuesta al rechazo materno, muchos antropólogos argumentaron que la vulnerabilidad que es experimentada como esquizofrenia en occidente podría transformarse en algo de valor en las sociedades no occidentales. Ahora que la psiquiatría ha entrado en la era biomédica y que la esquizofrenia se ha incluído entre las enfermeades psiquiátricas más debilitadoras, la mayoría debería mostrarse en desacuerdo con tales ideas. Los antropólogos han argumentado clara y eficazmente a favor de que la esquizofrenia es identificada como una enfermedad en todas las sociedades. Más aún, han señalado que las experiencias de los chamanes y de quienes cumplen con los criterios de la esquizofrenia, difieren de forma sistemática.
El sistema religioso en el que viven las personas moldea el tipo de experiencias anómalas que van a tener. Más concretamente, distintas culturas religiosas conceden distintos significados al rol de los sentidos. Los protestantes y los musulmanes, por ejemplo, enfatizan la escucha, mientras que los católicos y lo hinduístas privilegian la vista, y este tipo de diferencias culturales se reflejan en el tipo de experiencias alucinatorias que tienen las personas.

Las expectativas culturales son variables y de hecho la demanda de percepciones y experiencias anómalas puede descender dramáticamente, como muestra el caso de las sociedades modernas occidentales. En estas sociedaes, tras el desarrollo de lo que Charles Taylor llama un “yo protegido” (buffered self) el grado de desconfianza cultural ha aumentado significativamente frente a las experiencias sensoriales anómalas. En contraste con las sociedades chamánicas, los occidentales valoramos más que otras culturas una personalidad bien definida y bajo control, lo cual disminuye el valor de las experiencias relacionadas con trances o percepciones anómalas. Si bien estos supuestos cuturales no han dejado de ser cuestionados por movimientos contraculturales, por la llamada “New Age” o por la explosión reciente de un cristianismo más carismático y entusiasta.


Por Eduardo Zugasti 



Referencia: Luhrmann, T. M. (2011-10-21). Hallucinations and sensory overrides. Annual Review of Anthropology, 14(1), 174-85. DOI: 10.1146/annurev-anthro-081309-145819


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