domingo, 24 de marzo de 2013

esculturas de Mihoko Ogaki

Somos un cuerpo pero también somos estrellas, moriremos para convertirnos en galaxias: 
Que todos y todo, en cierta medida, somos polvo de estrellas, es una conclusión que se obtiene cuando se piensa que en cierto momento el universo entero se encontraba concentrado en un punto del espacio tiempo: soles, galaxias, planetas, pero también árboles, mariposas, ríos, microorganismos, todo lo que vemos pero también lo que todavía no conocemos.

Partiendo de este principio, la escultora Mihoko Ogaki realizó estas piezas en que cuerpos moribundos se transforman, por un sortilegio del arte y la técnica, en constelaciones que se disuelven en la oscuridad de una sala de museo, una permutación entre muerte y vida que parece también arquetípica, la sublimación de eso que creemos el fin de todas las cosas pero que, al menos físicamente, no es sino la transformación en algo más.

Así con estos cuerpos: exánimes, fatigados de la vida y sus afanes, a un paso del rigor mortis, quedan convertidos en las que posiblemente sean las maravillas más admirables del universo, esas galaxias mesmerizantes que si bien nos recuerdan la trivialidad de nuestra existencia, al mismo tiempo nos recuerdan que, en cierta forma, ellas y nosotros somos uno y lo mismo, que algo hay de estelar en nuestra constitución y también, por qué no, de humano en la suya.
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Que todos y todo, en cierta medida, somos polvo de estrellas, es una conclusión que se obtiene cuando se piensa que en cierto momento el universo entero se encontraba concentrado en un punto del espacio tiempo: soles, galaxias, planetas, pero también árboles, mariposas, ríos, microorganismos, todo lo que vemos pero también lo que todavía no conocemos.
Partiendo este principio, la escultora Mihoko Ogaki realizó estas piezas en que cuerpos moribundos se transforman, por un sortilegio del arte y la técnica, en constelaciones que se disuelven en la oscuridad de una sala de museo, una permutación entre muerte y vida que parece también arquetípica, la sublimación de eso que creemos el fin de todas las cosas pero que, al menos físicamente, no es sino la transformación en algo más.
Así con estos cuerpos: exánimes, fatigados de la vida y sus afanes, a un paso del rigor mortis, quedan convertidos en las que posiblemente sean las maravillas más admirables del universo, esas galaxias mesmerizantes que si bien nos recuerdan la trivialidad de nuestra existencia, al mismo tiempo nos recuerdan que, en cierta forma, ellas y nosotros somos uno y lo mismo, que algo hay de estelar en nuestra constitución y también, por qué no, de humano en la
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