martes, 17 de marzo de 2015

La historia secreta del Monopoly

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En su nuevo libro, Los monopolistas: obsesión, furia y escándalo tras el juego de mesa preferido de todo el mundo, la ganadora del premio del New York Times, Mary Pilon, levantado el velo que cubría a los inventores, a los que influyeron en él y a los empresarios, y lanza luz sobre los principios improbables, hasta utópicos que les guiaron. Lo que el libro de Pilon saca a la luz es lo que los aficionados del Monopoly ya deben haber adivinado: en la industria del juego no todo consiste en “una mera diversión”.
Pilon organiza su narración en torno a la extraña historia de Ralph Anspach, un profesor de economía cuyo desprecio por los efectos perjudiciales de los monopolios del mundo real (especialmente el OPEC) le inspiró en la creación, en los años 70, de un juego de mesa que consistía en quebrar monopolios, al que llamó “Anti-Monopoly”. Durante la siguiente década, Ralph, su mujer y sus dos hijos, que, irónicamente, eran jugadores empedernidos de Monopoly, tuvieron que hacer frente a costosos pleitos por los derechos de venta de su propio producto, que, según los hermanos Parker, violaban su patente del Monopoly. Como resultado, tuvo lugar una batalla de David contra Goliat, que llevó al profesor a depositar sus esperanzas en una investigación un tanto laberíntica, proyecto retomado por Pilon.
Esta batalla puso a Anspach en una situación extrema. Estuvo a punto de perder no sólo sus ahorros, sino también su salud, amigos, matrimonio y familia. Parece entreverse en la narración de Pilon, un aire de Capitán Ahab en Anspach. Sin embargo, a pesar de los apuros financieros, Anspach nunca se apartó de los principios ideológicos que motivaron su invento del Anti-Monopoly, ni de su decisión de enfrentarse a los magnates de la diversión familiar.
Como demuestra Pilon, algo que para muchos lectores será un giro sorprendente, el idealismo de Anspach es reflejo del que tenía el creador original del “juego del monopoly”. Al contrario de lo que los Hermanos Parker han contado sobre un cierto vendedor desempleado llamado Charles Darrow al que le surgió la idea de la nada, descubrimos que fue una reformista social, Lizzie Magie, quien, en 1904, obtuvo la patente para su “Juego del Propietario” (Landlord’s Game), el ancestro de vital importancia sin el que el Monopoly, hoy en día, no existiría.
Durante toda su vida, Magie fue una ardiente defensora de la teoría del impuesto único del economista Henry George. Anti-monopolistas, tanto George como Magie, abogaban por un sistema que tuviera en cuenta la propiedad hallada en la naturaleza (principalmente la tierra) como bien común, y por ende, sujeto a impuestos, y la propiedad resultante de un invento humano como bien privado y exento de impuestos. Ese sistema, pensaba Magie, desalentaría la formación de monopolios, a la vez que se preservarían los incentivos de la propiedad privada.
Ansiosa por incentivar reformas socioeconómicas en una era en que las ideas de las mujeres se descartaban automáticamente, Magie empezó a introducir su idea sobre el impuesto único en un juego de mesa.
Aún así, para sorpresa de todos, afirma Pilon, Lizzie creó dos conjuntos de reglas: uno anti-monopolio en que todos recibían una recompensa cuando se creaba riqueza, y otro monopilístico en que el objetivo final era crear monopolios y destruir a los adversarios. Su visión contemplaba el dualismo y contenía una contradicción intrínseca, una tensión que se intentaba resolver entre filosofías totalmente opuestas. Sin embargo… fueron las reglas monopolísticas las que cautivaron la imaginación del público.
En resumen, Magie esperaba demostrar que en su sistema de impuesto único, todos ganan, mientras que en uno capitalista sin control, sólo lo consiguen unos pocos.
Una irónica confirmación de la visión de Magie llegó décadas más tarde, durante una declaración del abogado de Anspach, de manos del fabricante del Monopoly, Robert Burton. Al ser preguntado si, tras adquirir el “Juego del Propietario”, su compañía “quitó radicalismo” al juego, Burton mantuvo que después de los cambios efectuados por la empresa, “por lo menos podías terminar el juego; digamos.” Magie estaría satisfecha con la insinuación del magnate de que su sistema utópico perpetuaba el éxito moderado de todos los jugadores ad infinitum.
Desgraciadamente para Magie, lo que consideraba mejor para la vida real no era tan divertido en un juego. Aunque entre el momento de su invento y la adquisición de intereses económicos significativos del juego, pasaron años de mutación orgánica. La evolución del juego hasta alcanzar su estado actual fue, en parte, el resultado de miles de personas, unidas libremente por la fraternidad y la competición desenfadada, que iban adoptando sus propias versiones del juego. Mientras se extendía desde las ligas universitarias de Pennsylvania hasta las de Ivy, y de ahí entre los Quakeros, que contribuirían en la nomenclatura de las famosas calles del tablero, las de Atlantic City. Los jugadores copiaban los juegos de sus vecinos pintandos sus propios tableros.
De esta forma, al menos, la evolución del Monopoly aunó las aspiraciones de Magie por una sociedad que (por lo menos en teoría) alentaba el compartir los bienes comunes y la iniciativa privada.
Pilon ha escrito la historia del juego de mesa por excelencia de EUA con las mismas dosis de diversión y de solemnidad. Ha conseguido restituir la herencia didáctica y moralizadora de Magia sin acabar con la diversión. Los Monopolistas cuenta la historia de una familia estadounidense y de una corporación norteamericana, amada por las familias, que compiten por el alma de la propia América, en una partida que resultaría ganadora.
Por Michael T. Hamilton / Free Beacon

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