Más allá de cualquier sombra de duda, de los muchos y variados logros arquitectónicos de la raza humana, las pirámides de Egipto deben seguramente situarse en la cima de la lista de los que provocan sobrecogimiento y asombro. Y también un asunto de controversia y debate desaforados.
Cierto Abu al Hasan Ali al Masudi, también conocido como el Herodoto de los
árabes, fue un prolífico escritor del siglo X nacido en Bagdad en el 896 d. C.,
que preparó fiel y cuidadosamente una inmensa serie de textos de 30 volúmenes
que narraban la historia del mundo, basada en sus propios extensos viajes a
lejanas, enormes y exóticas tierras. Decir que al Masudi era un fanático de los
viajes es quedarse muy corto. Sus admirables y entregadas caminatas le llevaron
a variadas partes del globo como India, Africa Oriental, Egipto, Siria y
Armenia.
La increíble historia que al Masudi reveló fue como sigue: cuando
construyeron las pirámides, sus creadores colocaron cuidadosamente lo que se
describió como un papiro mágico bajo las inmensas piedras que se usaban en el
proceso de construcción. Luego, una por una, las piedras eran golpeadas con lo
que de forma curiosa y enigmática, se describió simplemente como una vara de
metal. ¡Y quién lo diría!, las piedras lentamente comenzaban a elevarse en el
aire y, -como obedientes soldados siguiendo órdenes sin rechistar-, avanzaban en
una lenta y metódica fila de a uno unos cuantos metros sobre el pavimento del
camino, escoltadas a ambos lados por las misteriosas varillas de metal.
Al Masudi escribió que las gigantescas piedras se movían hacia adelante aproximadamente unos 45 metros, con sólo un suave toque del poseedor de la misteriosa vara, para asegurarse su permanencia en el aire y antes de que para terminar, muy suavemente, se depositaran en el suelo.
Tal escenario parece manifiestamente asombroso. Casi seguro que muchos podrán
sonreír con estas aseveraciones. Otros podrán desechar todo como los desvaríos
de un loco, o nada más que una leyenda distorsionada y un extravagante folklore.
Pero quizás, los viejos cuentos dice nada menos que una fantástica verdad sobre
las increíbles pero ahora largo tiempo perdidas tecnologías de los
antiguos….
La egiptología tradicional sugiere que las pirámides fueron construidas durante lo que hoy se denomina el Reino Antiguo y el Medio de Egipto. Esto es alrededor del tercer milenio antes de Cristo aproximadamente en 1650 a. C. La razón para su construcción: casi seguro para servir como tumbas para los faraones. La convención también nos dice que las pirámides fueron contruidas por pura fuerza bruta, el poder del hombre y la tecnología con los pies en la tierra. ¿Pero fue realmente así?
También
era un hábil marinero que cruzó el Mediterráneo, el mar Caspio, el Mar Rojo y el
Océano Indico. Y sería durante sus muchas salidas a tales lugares donde
recogería muchos cuentos, historias y leyendas que compondrían el susodicho e
inestimable trabajo multivolumen. Su título conjunto traducido sería El Prado de
Oro y Minas de Gemas. Pero de todos los fascinantes informes que al Masudi
acumuló durante el curso de sus numerosas andanzas, una parte sobresale como
particularmente esclarecedora.
Dentro de las páginas de sus escritos, que fueron
completados en 947, -nueve años antes de su muerte a la edad de 60 años-, al
Masudi observó que en muchas antiguas leyendas árabes existía una intrigante
historia que sugería que la creación de las pirámides de Egipto no tenía
absolutamente nada que ver con las tecnologías convencionales de la época. Es
más, al Masudi documentó, de forma seductora, que las tradiciones populares
seculares que había recogido durante sus exploraciones sugerían fuertemente que
las pirámides fueron realizadas por lo que hoy nosotros deberíamos referir como
alguna forma de levitación.
Al Masudi escribió que las gigantescas piedras se movían hacia adelante aproximadamente unos 45 metros, con sólo un suave toque del poseedor de la misteriosa vara, para asegurarse su permanencia en el aire y antes de que para terminar, muy suavemente, se depositaran en el suelo.
En ese instante, el proceso debidamente repetido. Las
piedras eran golpeadas una vez más, se elevaban de la superficie y de nuevo
viajaban en la dirección deseada, por otros 45 metros o más. Y así continuaba el
repetitivo ejercicio, una y otra vez, hasta que todas las piedras por fin
alcanzaban su definitivo destino. Luego, en otra más compleja proeza, las
piedras eran golpeadas otra vez más, pero en esta ocasión de un modo que les
provocaba flotar más alto en el aire. Y cuando alcanzaban el punto deseado, se
colocaban cuidadosamente, -y con increíble facilidad,- en su lugar, una por una,
a mano sin más, hasta que la enorme pirámide en cuestión era completada del
todo.
NICK REDFERN
http://libertaliadehatali.wordpress.com/2012/10/25/las-piedras-deslizantes-de-egipto/
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