viernes, 13 de septiembre de 2013

La serpiente cósmica: ADN y los orígenes del conocimiento

La primera vez que un hombre Ashaninca me contó que aprendió las propiedades medicinales de plantas bebiendo un brebaje alucinógeno, pensé que estaba bromeando. Nos encontrábamos en el bosque sentados al lado de un arbusto cuyas hojas, él declaró, podían curar la mordedura de una serpiente mortal. “Uno aprende tales cosas bebiendo ayahuasca”, él dijo. Pero él no estaba riendo.


  

Esto fue a comienzos del 1985, en la comunidad de Quirishari en el valle de Pichis de la amazonia peruana. Tenía 25 años y empezaba un período de trabajo de campo de dos años para obtener un doctorado en antropología por la Universidad de Stanford. Mi formación me había inducido a esperar a que la gente me contara cuentos chinos. Pensaba que mi trabajo como antropólogo era descubrir que era lo que realmente querían decir, como si de algún tipo de detective privado yo me tratara.

Durante mi investigación sobre la ecología Ashaninca, la gente de Quirishari regularmente mencionaba el mundo alucinógeno de los ayahuasqueros, o chamanes. En conversaciones sobre plantas, animales, tierras, o el bosque, ellos se referían a los ayahuasqueros como la fuente de conocimiento. Cada vez que decían esto me preguntaba que es lo que realmente esto significaba.

Mi trabajo de campo concernía el uso Ashaninca de los recursos – con especial énfasis en sus técnicas racionales y pragmáticas. Enfatizar el origen alucinógeno del conocimiento ecológico de los Ashaninca hubiera sido contraproducente al principal argumento subyacente de mi investigación. Sin embargo, el enigma continuaba: esta gente extremadamente práctica y franca, viviendo casi autónomamente en el bosque amazónico, insistían en que su extenso conocimiento botánico procedía de alucinaciones inducidas por plantas. ¿Cómo podía ser esto verdad?

El enigma era de lo más fascinante ya que el conocimiento botánico de los indígenas amazónicos ha asombrado a científicos durante mucho tiempo. La composición química de la ayahuasca es un ejemplo que hace al caso. Los chamanes amazónicos preparan ayahuasca desde hace milenios. El brebaje es una combinación necesaria de dos plantas, la cuales deben ser hervidas conjuntamente durante horas. La primera contiene una substancia alucinógena, la dimetiltriptamina, que parece ser también secretada por el cerebro humano; pero este alucinógeno no produce efecto alguno cuando es ingerido por vía oral, debido a que una enzima del estómago llamada monoamina oxidasa lo bloquea. La segunda planta, no obstante, contiene varias substancias que inactivan esta precisa enzima estomacal, permitiendo que el alucinógeno alcance el cerebro.

Así que hay gente sin microscopios electrónicos que escogen, de entre unas 80,000 especies de plantas amazónicas, las hojas de un arbusto que contiene una hormona alucinógena del cerebro, la cual combinan con una liana que a su vez contiene compuestos que inactivan una enzima del tracto digestivo, la cual si no impediría el efecto alucinógeno. Y hacen esto para modificar su conciencia.

Es como si conocieran las propiedades moleculares de las plantas y el arte de combinarlas, y cuando uno les pregunta como es que saben estas cosas, ellos dicen que su conocimiento proviene directamente de plantas alucinógenas. 

No había venido a Quirishari a estudiar este asunto, el cual para mi tiene que ver con mitología indígena. Hasta consideraba el estudio de la mitología como un pasatiempo inútil y “retrógrado”. Mi interés como antropólogo se centraba en la explotación de los recursos por los Ashaninca. Intentaba demostrar que un desarrollo verdadero consiste primero, en reconocer los derechos territoriales de los indígenas. Mi punto de vista era materialista y político, antes que místico – a pesar de todo me impresionó bastante el pragmatismo de los Quirishari.

Esta es una gente que enseña por ejemplo antes que por explicación. Los padres animan a sus hijos a que los acompañen en su trabajo. La frase “deja a papá solo porque está trabajando” es desconocida. La gente sospecha acerca de conceptos abstractos. Cuando una idea parece realmente mala, ellos dirán como quien no quiere tomar la cosa en serio: “es pura teoría”. Las dos palabras claves que surgían una y otra vez en conversaciones eran “práctica” y “táctica” – sin duda porque son requisitos para vivir en la selva. 

Después de aproximadamente un año en Quirishari, llegué a observar que el sentido práctico de mis anfitriones era mucho más fiable en su medio ambiente que mi comprensión académicamente informada de la realidad. Su conocimiento empírico era innegable, pero sus explicaciones sobre el origen de su conocimiento me eran increíbles. Mi actitud era ambivalente. Por una parte, quería comprender que pensaban – por ejemplo, sobre la realidad de los “espíritus” – pero por otra parte, no podía tomarme seriamente lo que decían porque no me lo creía.

Al partir de Quirishari, supe que no había solucionado el enigma del origen alucinógeno del conocimiento ecológico Ashaninca. Marché con el extraño sentimiento de que el problema tenía que ver más con mi incapacidad de comprender qué había dicho la gente, que con la insuficiencia de sus explicaciones. Siempre habían utilizado palabras tan simples.

En Junio del 1992, fui a Río a asistir a la conferencia mundial de desarrollo y medio ambiente. En la “cumbre de la Tierra de Río”, pues así fue llamada, todos hablaban sobre el conocimiento ecológico de los indígenas, pero ciertamente nadie mencionaba nada sobre el origen alucinógeno de parte de este, tal y como era reconocido por los mismos indígenas.

Algunos colegas preguntarían, “¿quieres decir que los indios afirman obtener información verificable molecularmente de sus alucinaciones? ¿No les crees de manera literal, verdad?” ¿Qué podría uno contestar? Nada uno puede decir sin contradecir dos principios fundamentales del conocimiento occidental.

Primero, las alucinaciones no pueden ser fuente de información real, y si lo son, se consideran psicosis. En el mejor de los casos el conocimiento occidental considera las alucinaciones como ilusiones, en el peor como fenómenos mórbidos.

Segundo, las plantas no comunican como los seres humanos. Teorías científicas de la comunicación consideran que solo los seres humanos utilizan símbolos abstractos como palabras e imágenes, y que las plantas no transmiten información en forma de imágenes mentales. Para la ciencia, el cerebro humano es la fuente de las alucinaciones, el cual las plantas psicoactivas simplemente estimula gracias a las moléculas alucinógenas que contienen.

Fue en Río que me di cuenta del alcance del dilema planteado por el conocimiento alucinógeno de los indígenas. Por una parte, sus resultados son confirmados empíricamente y usados por la industria farmacéutica; por otra parte, su origen no puede ser discutido científicamente porque contradice los axiomas del conocimiento occidental.

Cuando comprendí que el enigma de la comunicación por plantas era un punto ciego para la ciencia, sentí la necesidad de dirigir una investigación a fondo sobre la cuestión. Además, el misterio de la comunicación por plantas me había estado acompañando desde mi estancia con los Ashanincas, y sabía que la exploración de contradicciones en ciencia a menudo da resultados fructuosos. Me pareció que el establecimiento de un dialogo serio con los indígenas sobre ecología y botánica requería que esta cuestión fuese tratada.

Yo mismo había ingerido ayahuasca en Quirishari, una experiencia que me puso cara a cara con un territorio irracional y subjetivo que fue aterrador, aún lleno de información. En los meses posteriores, pensaba mucho sobre lo que mi principal informante Ashaninca, Carlos Pérez Shuma, había dicho. ¿Qué tal si fuese cierto que la naturaleza habla en signos y que el secreto de entender su lenguaje consiste en darse cuenta de las similitudes en la forma?, ¿Qué tal si me lo tomaba literalmente?

Me gusto esta idea y decidí leer textos antropológicos de chamanismo, fijándome no solo en su contenido si no también en su estilo. Pegué una nota en la pared de mi despacho: “Observa la FORMA”.

Una cosa se hizo clara al recordar mi estancia en Quirishari. Cada vez que había dudado de una explicación de mis informantes, mi comprensión de la visión Ashaninca de la realidad se agarrotaba; contrariamente, en las raras ocasiones en que conseguí silenciar mis dudas, mi comprensión de la realidad local aumentaba – como si hubiera veces que uno tuviese que creer para ver, en lugar de lo contrario.

Se me hizo claro que de alguna manera los ayahuasqueros en sus visiones conseguían acceso a información verificable sobre las propiedades de las plantas. De esta manera, razoné, el enigma del conocimiento alucinógeno podía ser reducido a una pregunta: ¿Provenía esta información del interior del cerebro humano, tal y como el punto de vista científico afirmaría, o bien del mundo exterior de las plantas, tal y como los chamanes declaran?
Ambas perspectivas parecían presentar ventajas e inconvenientes.

Por una parte, la similitud entre el perfil molecular de los alucinógenos naturales y la serotonina parecían verdaderamente indicar que estas substancias actúan como llaves que encajan en la misma cerradura del interior del cerebro. Sin embargo, no podía estar de acuerdo con la posición científica en la cual las alucinaciones solo son descargas de imágenes almacenadas en compartimientos de la memoria subconsciente. Estaba convencido de que las enormes serpientes fluorescentes que había visto gracias a la ayahuasca no correspondían de ninguna manera a nada que yo hubiera podido soñar ni en mis pesadillas más extremas.

Además, la velocidad y coherencia de algunas de las imágenes alucinógenas sobrepasaban en gran medida los mejores videos de rock, y sabía que no hubiera podido filmarlos.

Por otra parte, estaba encontrando cada vez más fácil abandonar la incredulidad y considerar el punto de vista indígena como potencialmente correcto. Después de todo, había todo tipo de huecos y contradicciones en el conocimiento científico de los alucinógenos, el cual al principio había parecido tan seguro: Los científicos no saben como estas substancias afectan a nuestra conciencia, y tampoco han estudiado verdaderos alucinógenos en detalle. Ya no me parecía irrazonable considerar que la información sobre el contenido molecular de las plantas pudiera ciertamente provenir de las mismas plantas, justo como los ayahuasqueros afirmaban. Sin embargo, fallé en ver como esto podría funcionar concretamente.

A lo mejor encontraría la respuesta teniendo en cuenta ambas perspectivas simultáneamente, con un ojo encima la ciencia y el otro encima el chamanismo. De esta manera la solución consistiría en formular la pregunta de manera diferente: No era cuestión de preguntar si la fuente de las alucinaciones es interna o externa, si no de considerar que podría ser ambas al mismo tiempo. No podía imaginar como esta idea podría funcionar en la práctica, pero me gustó porque reconciliaba dos puntos de vista que eran aparentemente divergentes.

Mi investigación reveló que a principios de los sesenta, el antropólogo Michael Harner había estado en la amazonia peruana estudiando la cultura de los indios Conibo. Después de algo de un año poco había progresado en la comprensión de su sistema religioso cuando los Conibo le dijeron que si realmente quería aprender, necesitaba beber ayahuasca. Harner aceptó, no sin miedo, ya que la gente le había avisado de que la experiencia era aterradora. Al siguiente atardecer, bajo la supervisión estricta de sus amigos indígenas, bebió el equivalente a un tercio de botella. Después de varios minutos se encontró desembocando dentro de un mundo de genuinas alucinaciones.

Observó que sus visiones emanaban de “criaturas reptiles gigantes” reposando en las más bajas profundidades de su cerebro. Estas criaturas empezaron a proyectar escenas delante de sus ojos. “Primero me mostraron el planeta Tierra tal y como era eones atrás, antes de que hubiera vida en él. Vi un océano, tierra árida, y un cielo azul brillante. Entonces cientos de motas negras cayeron del cielo y aterrizaron delante de mí sobre el paisaje estéril. Pude ver que de echo, las “motas” eran grandes criaturas negras brillantes con alas achaparradas como de terodáctilos y enormes cuerpos como de ballena… Ellas me explicaron a través de una especie de lengua pensante que huían de algo del espacio exterior. Habían llegado al planeta Tierra para escapar de su enemigo. Entonces las criaturas me enseñaron como habían creado vida en el planeta para esconderse dentro de las multitudinarias formas y así disfrazar su presencia. Ante mi, la magnificencia de la creación y especiación de plantas y animales – cientos de millones de años de actividad – ocurrieron a una escala y con una vivacidad imposible de describir. Aprendí que las criaturas parecidas a dragones estaban, de este modo, dentro de todas las formas de la vida, incluido en los hombres”.

En este punto de su relato, Harner escribe en una nota al pie de la página: “Retrospectivamente uno podría decir que ellos eran casi como ADN, aunque entonces, en 1961, no sabía nada del ADN “.

No había prestado atención a esa nota previamente. En efecto había ADN dentro del cerebro humano, así como también en el mundo externo de las plantas, ya que la molécula de la vida que contiene información genética es la misma para todas las especies. El ADN podría entonces ser considerada una fuente de información que es tanto externa como interna – en otras palabras, precisamente lo que había estado intentado imaginar.

Me zambullí de nuevo en el libro de Harner, pero no encontré nuevas menciones del ADN. Sin embargo, algunas páginas adelante, Harner señala que “dragón” y “serpiente” son sinónimos. Esto me hizo pensar que la doble hélice del ADN se parece, en su forma, a dos serpientes entrelazadas.

Las criaturas reptiles que Harner había visto en su cerebro me hicieron recordar algo, pero no podía decir que. Después de hurgar en mi despacho un tiempo, puse mis manos en un artículo llamado “Cerebro y Mente en el chamanismo Desana” de Gerardo Reichel-Dolmatoff. Pasando páginas, me detuve en un dibujo Desana de un cerebro humano con una serpiente alojada entre los dos hemisferios. Varias páginas después en el mismo artículo, encontré un segundo dibujo, esta vez con dos serpientes. Según Reichel-Dolmatoff, dentro de la fisura “habitan dos serpientes entrelazadas… En el chamanismo Desana estas dos serpientes simbolizan un principio femenino y masculino, una imagen de madre y padre, agua y tierra…; en resumen, representan un concepto de oposición binaria el cual tiene que ser superado para alcanzar conciencia e integración individual. Las serpientes son imaginadas dando vueltas rítmicamente en espiral en un movimiento oscilatorio de un lado a otro”.

Acerca de las principales creencias cosmológicas de los Desanas, Reichel-Dolmatoff escribe: “Los Desana dicen que en el principio del tiempo sus ancestros llegaron en canoas en forma como de enormes serpientes”.

Estaba asombrado por las similitudes entre el relato de Harner, basado en su experiencia alucinógena con los Indios Conibo en la amazonia peruana, y los conceptos chamánicos y mitológicos de una gente que usa la ayahuasca y vive a mil millas de distancia en la amazonia colombiana. En ambos casos había reptiles en el cerebro y barcos de origen cósmico en forma de serpiente que eran buques de vida en el inicio del tiempo. ¿Pura coincidencia?.

Para averiguarlo, consulté un libro sobre un tercer grupo de gente que usa la ayahuasca, titulado: “Visión, Conocimiento, Poder: Chamanismo en los Yagua del Noreste del Perú”. En este estudio de Jean-Pierre Chaumeil (en mi opinión, uno de los más rigurosos en la materia), encontré una “serpiente celestial” en un dibujo sobre el universo de un chamán Yagua. Entonces, algunas páginas más adelante, la declaración de otro chamán se citaba: “Al principio de todo, antes del nacimiento de la tierra, la tierra de aquí, nuestros ancestros más distantes vivían en otra tierra…” Chaumeil añade que los Yagua consideran que todos los seres vivientes fueron creados por gemelos, quienes son “los dos caracteres centrales del pensamiento cosmogónico Yagua”.

Estas correspondencias parecían muy extrañas, y no sabía que hacer con ellas. Mejor dicho, podía ver un modo fácil de interpretarlos, pero eso contradecía mi comprensión de la realidad: Un antropólogo occidental como Harner bebe una dosis fuerte de ayahuasca con una gente y consigue acceso, en medio del siglo veinte, a un mundo que informa de los conceptos “mitológicos” de otra gente y que les permite comunicarse con espíritus creadores de vida de origen cósmico, posiblemente relacionados con el ADN. Esto me parecía sumamente improbable, si no imposible. Aún, había decidido seguir mi planteamiento a través de su conclusión lógica. Entonces, sin darle mucha importancia con un lápiz escribí en el margen del texto de Chaumeil: “¿gemelos = ADN?”

Estas conexiones indirectas y analógicas entre el ADN y las esferas alucinógenas y mitológicas me parecían divertidas, o intrigantes como mucho. No obstante, empecé a pensar que quizás con el ADN había encontrado el concepto científico sobre el cual poner un ojo, mientras enfocar el otro en el chamanismo de los ayahuasqueros amazónicos.
 
Por ese entonces, mientras continuaba buscando nuevas conexiones entre chamanismo y ADN, recibí una carta de un amigo quien sugería que quizás, el chamanismo era “intraducible a nuestra lógica por la falta de conceptos correspondientes”. Entendí que quería decir, y yo estaba intentando ver precisamente si el ADN, sin ser exactamente equivalente, podía ser el concepto que mejor traduciría lo que decían los ayahuasqueros.

Hojeando escritos de autoridades en mitología, descubrí con sorpresa que el tema del creador gemelo de origen celestial era extremamente común en Sudamérica, y efectivamente en todo el mundo. La historia que los Ashaninca cuentan sobre Avíreri y su hermana, quienes crearon la vida por transformación, solo era una de entre cientos de variantes sobre el tema de los “gemelos divinos”.

Otro ejemplo es la serpiente plumada de los Aztecas, Quetzalcoatl, quien simboliza la “energía sagrada de la vida”, y su hermano gemelo Tezcatlipoca. Ambos son hijos de la serpiente cósmica Coatlicue.
Cuando leí el siguiente fragmento del último libro de Claude Lévi-Strauss, pegué un salto: “En azteca, la palabra coatl significa tanto “serpiente” como “gemelo”. Así, el nombre Quetzalcoatl puede ser interpretado como “serpiente plumada” o “gemelo magnífico”.

¿Una serpiente gemela, de origen cósmico, simbolizando la energía sagrada de la vida? ¿Entre los Aztecas? Me preguntaba que podrían significar todos estos seres gemelos de los mitos creacionistas de los indígenas. Intentaba mantener un ojo sobre el ADN y el otro sobre el chamanismo para encontrar puntos en común entre los dos. Revisé las correspondencias que había sentido tan lejos. Rumiando sobre este bloqueo mental, recordé el desafío de Carlos Pérez Shuma : “Observa la FORMA”. 

Había consultado sobre el ADN en varias enciclopedias y de pasada me había dado cuenta de que la forma de la doble hélice era descrita de manera más frecuente como una escalera, o una escalera de cuerda girada en espiral, o una escalera en espiral. Fue inmediatamente después, mientras me preguntaba si había escaleras en chamanismo, que la revelación ocurrió: “¡LAS ESCALERAS! Las escaleras de los chamanes, símbolos de la profesión según Métraux, presentes en temas chamánicos en todo el mundo según Eliade!”.

Corrí rápidamente a mi despacho y cogí el libro de Mircea Eliade “Chamanismo: las Técnicas Arcaicas del Éxtasis” y descubrí que había “incontables ejemplos” de escaleras chamánicas en los cinco continentes, aquí una “escalera espiral”, allí una “escala” o “cuerdas trenzadas”. En Australia, Tíbet, Nepal, Egipto antiguo, África, Norte y Sudamérica, “el simbolismo de la cuerda, como él de la escalera, implica necesariamente la comunicación entre el cielo y la tierra. Es mediante una cuerda o una escalera (como también por una liana, un puente, o una cadena de no importa que, etc.) que los dioses descienden a la Tierra y los hombres suben al cielo”.

Eliade hasta cita un ejemplo del Viejo Testamento, donde Jacobo sueña con una escalera que alcanza el cielo, “a través de la cual los ángeles de Dios ascienden y descienden”. Según Eliade, la escalera chamánica es la versión más temprana de la idea de un axis (eje) del mundo, el cual conecta los diferentes niveles del cosmos, y se encuentra en numerosos mitos creacionistas en la forma de un árbol.

Hasta entonces había sospechado del trabajo de Eliade, pero de repente lo veía desde otro punto de vista. Empecé a hojear sus otros escritos que yo poseía y descubrí: serpientes cósmicas. Esta vez eran aborígenes australianos que consideraban que la creación de la vida fue a cargo de un “personaje cósmico relacionado con la fecundidad universal, la Serpiente Arco Iris”, los poderes de la cual eran simbolizados por cristales de cuarzo.
  
¿Cómo podía ser que aborígenes australianos, separados del resto de la humanidad por 40,000 años, explican la misma historia sobre la creación de la vida por una serpiente cósmica asociada a cristales de cuarzo tal y como es contada por pobladores amazónicos consumidores de ayahuasca? Las conexiones que empezaba a percibir superaban el campo de mi investigación. ¿Cómo podían serpientes cósmicas de Australia ayudar a mi análisis sobre el uso de alucinógenos en la amazonía occidental?

Intenté contestar a mi pregunta: Uno, la cultura occidental se ha desconectado del principio serpiente/vida, del ADN en otras palabras, ya que adoptó un punto de vista exclusivamente racional. Dos, la gente que practica lo que nosotros llamamos “chamanismo” comunica con el ADN. Tres, paradójicamente, la parte de la humanidad que se desconectó de la serpiente consiguió descubrir su existencia material en un laboratorio unos tres mil años después.

La gente usa diferentes técnicas en diferentes lugares para conseguir acceso al conocimiento del principio vital. En sus visiones los chamanes logran llevar su conciencia a un nivel molecular.

Así es como aprenden a combinar hormonas cerebrales con inhibidores de la monoamino oxidasa, o como descubren 40 fuentes diferentes de paralizadores musculares, mientras la ciencia solo ha sido capaz de imitar a sus moléculas. Cuando dicen que su conocimiento proviene de seres que ven en sus alucinaciones, sus palabras significan exactamente lo que dicen.

Según los chamanes del mundo entero, uno establece comunicación con espíritus por vía de música. Para los ayahuasqueros, es casi inconcebible entrar en el mundo de los espíritus y permanecer en silencio. Angelika Gebhart-Sayer habla de la “música visual” proyectada por los espíritus delante de los ojos del chaman: está echa de imágenes tridimensionales que se funden en sonido y que el chamán imita emitiendo melodías correspondientes. Yo debía examinar si el ADN emite sonido.

Parecía que nadie había advertido los posibles vínculos entre los “mitos” de la “gente primitiva” y la biología molecular. Nadie había visto que la doble hélice había simbolizado el principio de la vida durante miles de años en todo el mundo. Contrariamente; todo estaba al revés. Se consideraba que las alucinaciones no podían de ninguna manera constituir una fuente de conocimiento, que los indios habían encontrado sus moléculas útiles por experimentación imprevista, y que sus “mitos” eran precisamente mitos, sin relación alguna con el conocimiento real descubierto en los laboratorios.

En este punto, recordé que Michael Harner había dicho que esta información estaba reservada a los muertos y a los moribundos. Repentinamente, me sobrevino el miedo y sentí la urgencia de compartir estas ideas con alguien más. Cogí el teléfono y llamé a un viejo amigo que también es escritor. 

Rápidamente le informé de las correspondencias que había encontrado durante el día: los gemelos, las serpientes cósmicas, las escaleras de Eliade. Entonces añadí: “Hay una última correlación que es ligeramente menos clara que las otras. Los espíritus que uno ve en las alucinaciones son imágenes tridimensionales que emiten sonido, y hablan un lenguaje echo de imágenes tridimensionales que emiten sonido. En otras palabras, están echas de su propio lenguaje, como el ADN”.

Hubo un largo silencio al otro lado del teléfono.

Entonces mi amigo dijo, “Sí, y como el ADN, se replican a si mismos para transmitir su información”. Apunté eso, y fue después al revisar mis notas sobre la relación entre los espíritus alucinógenos hechos de lenguaje y el ADN que recordé el primer verso del primer capítulo del Evangelio según Juan: “Al principio era el logos” – la palabra, el verbo, el lenguaje.
Aquella noche me costó mucho dormir.

Mi investigación me había llevado a formular la siguiente hipótesis de trabajo: En sus visiones, los chamanes llevan su conciencia al nivel molecular y consiguen acceso a información relacionada con el ADN, al cual ellos llaman “esencias animadas” o “espíritus”. Así es como ven dobles hélices, escaleras en espiral y formas de cromosoma. Así es como culturas chamánicas han conocido durante milenios que el principio vital es el mismo para todos los seres vivientes y que este tiene forma parecida a dos serpientes entrelazadas (o de una liana, una cuerda, una escalera …). El ADN es la fuente de su asombroso conocimiento botánico y medicinal, el cual solo puede ser logrado en estados de conciencia desenfocados y “no-racionales”, aunque sus resultados son empíricamente verificables. Los mitos de estas culturas están llenas de imaginería biológica. Y las explicaciones metafóricas de los chamanes corresponden de manera bastante precisa a las descripciones que los biólogos están empezando a proporcionar.

Como el axis mundi de las tradiciones chamánicas, el ADN tiene la forma de una escalera en espiral (o una liana…); según mi hipótesis, el ADN era, como el axis mundi, la fuente de conocimiento y visiones chamánicas. Para estar seguro de esto necesitaba entender como el ADN podía transmitir información visual. Sabía que emitía fotones, los cuales son ondas electromagnéticas, y recordaba lo que Carlos Pérez Shuma me había dicho cuando comparó los espíritus con ondas de radio: “Una vez enciendes la radio, las puedes coger. Así es con las almas; con ayahuasca … las puedes ver y oír”. De esta manera busqué literatura sobre fotones de origen biológico, o “biofotones”.
 
A principios de los ochenta, gracias al desarrollo de un aparato de medida sofisticado, un grupo de científicos demostró que las células de todos los seres vivientes emiten fotones a una proporción de aproximadamente hasta 100 unidades por segundo y por centímetro cuadrado. También demostraron que el ADN era la fuente de esta emisión de fotones.

De esas lecturas, aprendí con asombro que la longitud de onda en la cual el ADN emite estos fotones corresponde exactamente a la banda estrecha de luz visible. A pesar de todo, esto no probaba que la luz emitida por el ADN era lo que los chamanes veían en sus visiones. Además, había un aspecto fundamental de esta emisión de fotones que yo no podía comprender. Según los investigadores que lo mesuraron, su debilidad es tal que corresponde “a la intensidad de una vela a una distancia de unos 10 kilómetros”, pero tiene “un sorprendentemente alto grado de coherencia, comparado con el de los campos técnicos (láser).”

¿Cómo podía una señal ultra débil ser altamente coherente? ¿Cómo podía una vela distante ser comparada con un “láser”?.
 
Llegué a entender que en una fuente coherente de luz, la cantidad de fotones emitidos puede variar, pero los intervalos de emisión permanecen constantes. El ADN emite fotones con tal regularidad que los investigadores comparan el fenómeno con un “láser ultra débil”. Hasta ahí yo podía entender, pero aún no podía ver que es lo que esto implicaba para mi investigación.
Consulté a mi amigo, un periodista científico, quien lo explico inmediatamente: “Una fuente coherente de luz, como un láser, da la sensación de colores brillantes, una luminiscencia, y una impresión de profundidad holográfica”.

La explicación de mi amigo me proporcionó un elemento esencial. Las descripciones detalladas de las experiencias alucinógenas de ayahuasca mencionan invariablemente colores brillantes, y, según los autores del estudio de la dimetiltriptamina: “Los sujetos describieron los colores como más brillantes, más intensos, y profundamente saturados, que aquellos vistos en estado de conciencia ordinaria o en sueños: Era el azul de un cielo del desierto, pero de otro planeta. Los colores eran de 10 a 100 veces más saturados.” 

Era casi demasiado bueno para ser verdad. La emisión de fotones altamente coherente del ADN explicaba la luminiscencia de las imágenes alucinógenas, como también su aspecto tridimensional o holográfico. 
 
En base a esta conexión, ahora podía concebir un mecanismo neurológico para mi hipótesis. Las moléculas de nicotina o dimetiltriptamina, contenidas en la ayahuasca, activan sus respectivos receptores, los cuales hacen estallar una cascada de reacciones electroquímicas dentro de las neuronas, que conduce a la estimulación del ADN, y más particularmente, a la emisión de ondas visibles (por el ADN), que los chamanes perciben como “alucinaciones”.
Allí, pensé, está la fuente del conocimiento: ADN, viviendo en el agua y emitiendo fotones, como un dragón acuático escupiendo fuego.

¿Me equivoco al vincular el ADN con estas serpientes cósmicas de todo el mundo, con estas cuerdas celestes y axis mundi?. Algunos de mis colegas lo afirmarían indudablemente. Ellos me recordarían que antropólogos del siglo diecinueve habían comparado culturas y elaborado teorías en base a las similitudes que encontraron. Cuando descubrieron, por ejemplo, que las gaitas no solo eran utilizadas en Escocia, sino también en Arabia y Ucrania, establecieron falsas conexiones entre estas culturas. Entonces se dieron cuenta que la gente podía realizar cosas similares por razones diferentes.

Desde entonces, la antropología se ha apartado de generalizaciones grandiosas, ha denunciado “abusos del método comparativo”, y se ha encerrado en si misma en la especifidad al filo de la miopía. Aún evitando comparaciones entre culturas, uno termina por enmascarar conexiones verdaderas y fragmentando la realidad un poco más, sin ni siquiera saberlo.

¿Es la serpiente cósmica de los Shipibo-Conibo, los Aztecas, los aborígenes australianos, y los egipcios antiguos la misma? No, respondería el antropólogo que insiste en la especifidad cultural; pero es hora de devolverles su crítica. ¿Por qué se insiste en separar la realidad, pero nunca se intenta juntarla de nuevo otra vez? 
  
Según mi hipótesis, los chamanes llevan su conciencia al nivel molecular y logran acceso a información biomolecular. ¿Pero qué ocurre, de hecho, en el cerebro/mente de una ayahuasquero cuando esto pasa? ¿Cuál es la naturaleza de la comunicación de un chaman con las esencias animadas de la naturaleza? La respuesta clara es que se necesita más investigación sobre la conciencia, el chamanismo, la biología molecular, y sus interrelaciones.
  
Extraído de Noetic Sciences Review, Vol. 48, Summer 1999 pages 16-21

Fuente: PlanetaConciencia 

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