Al comienzo de la reunión, alguien había preguntado: —¿Se puede decir que el hombre posee la inmortalidad? —La inmortalidad, dijo Gurdjieff, es una de esas cualidades que el hombre se atribuye sin tener una comprensión suficiente de lo que quiere decir. Otras cualidades de este género son la «individualidad», en el sentido de una unidad interior, el «Yo permanente e inmutable», la «conciencia» y la «voluntad». Todas estas cualidades pueden pertenecer al hombre —puso acento sobre la palabra “pueden”— pero por cierto que esto no significa que le pertenecen ya efectivamente o que pueden pertenecer a cualquiera. “Para comprender qué es el hombre hoy en día, es decir al nivel actual de su desarrollo, es indispensable poder representarse hasta un cierto punto lo que puede ser, es decir lo que puede alcanzar. Porque es sólo en la medida en que un hombre llega a comprender la secuencia correcta de su posible desarrollo como puede dejar de atribuirse lo que todavía no posee, y que no podrá alcanzar, quizás, sino tras grandes esfuerzos y grandes labores. “Según una antigua enseñanza, de la que subsisten trazas en numerosos sistemas de ayer y de hoy, cuando un hombre alcanza el desarrollo más completo que en general le es posible, se compone de cuatro cuerpos. Estos cuatro cuerpos están constituidos por substancias que se hacen cada vez más y más finas, interpenetrándose y formando cuatro organismos que tienen entre sí una relación bien definida sin dejar de ser independientes, y que son capaces de actuar independientemente. “Lo que permite la existencia de cuatro cuerpos es que el organismo humano, es decir el cuerpo físico, tiene una organización tan compleja que, bajo ciertas condiciones, se puede desarrollar en él un organismo nuevo e independiente que ofrezca a la actividad de la conciencia un instrumento mucho más adecuado y más sensible que el cuerpo físico. La conciencia que se manifiesta en este nuevo cuerpo es capaz de gobernarlo, y tiene pleno poder y pleno control sobre el cuerpo físico. Bajo ciertas condiciones en este segundo cuerpo se puede formar un tercero que tiene también sus características propias. La conciencia manifestada en este tercer cuerpo tiene pleno poder y pleno control sobre los dos primeros; y el tercer cuerpo puede adquirir conocimientos inaccesibles tanto al segundo como al primero. En el tercer cuerpo, bajo ciertas condiciones puede crecer un cuarto, que difiere tanto del tercero como éste del segundo, y el segundo del primero. La conciencia que se manifiesta en el cuarto cuerpo tiene completo control sobre su propio cuerpo y sobre los tres primeros. “Estos cuatro cuerpos son definidos por las diversas enseñanzas de diferentes maneras.” G. dibujó el cuadro reproducido en la figura 1, y dijo: —Según la terminología cristiana, el primero es el cuerpo físico, el cuerpo «carnal»; el segundo es el cuerpo «natural», el tercero es el cuerpo «espiritual», y el cuarto, según la terminología del Cristianismo esotérico, es el «cuerpo divino». “Según la terminología teosófica, el primero es el cuerpo físico, el segundo es el «cuerpo astral», el tercero es el «cuerpo mental» y el cuarto es el «cuerpo causal.» 3
3 Es decir, el cuerpo que lleva dentro de sí las causas de sus acciones: es independiente de las causas exteriores: es el cuerpo de la voluntad.
“En el lenguaje lleno de imágenes de ciertas enseñanzas orientales, el primero es el carruaje (cuerpo), el segundo es el caballo (sentimientos, deseos), el tercero es el cochero (el pensar), y el cuarto es el Amo (Yo, conciencia, voluntad). “Se encuentran paralelos o comparaciones de este género en la mayoría de los sistemas que reconocen algo más en el hombre que el cuerpo físico. Pero casi todos estos sistemas, aun cuando repiten bajo una forma más o menos familiar las definiciones y las divisiones de la antigua enseñanza, han olvidado u omitido su característica más importante, a saber que el hombre no nace con los cuerpos sutiles, y que éstos requieren ser cultivados artificialmente, lo que es posible sólo bajo ciertas condiciones favorables exteriores e interiores. “El «cuerpo astral» no es indispensable para el hombre. Es un gran lujo que no está al alcance de todos. El hombre puede muy bien vivir sin el cuerpo astral. Su cuerpo físico posee todas las funciones necesarias para la vida. Un hombre sin cuerpo astral puede aun producir la impresión de ser muy intelectual, hasta muy espiritual, y engañar así no solamente a los otros, sino a sí mismo. “Esto, naturalmente, es aún mas cierto para el «cuerpo mental» y para el cuarto cuerpo. El hombre ordinario no posee estos cuerpos ni las funciones que les corresponden. Pero a menudo, él cree y llega a hacer creer a los demás, que los posee. Las razones de este error son en primer lugar el hecho de que el cuerpo físico trabaja con las mismas substancias con las que se constituyen los cuerpos superiores, pero estas substancias no se cristalizan en él, no le pertenecen; y en segundo lugar, el hecho de que todas las funciones del cuerpo tísico son análogas a las de los cuerpos superiores, aunque naturalmente difieren mucho. Entre las funciones de un hombre que no posee sino su cuerpo físico, y las funciones de los cuatro cuerpos, la diferencia principal es que en el primer caso, las funciones del cuerpo físico gobiernan todas las otras; en otros términos, todo está gobernado por el cuerpo, que es, a su vez, gobernado por las influencias exteriores. En el segundo caso, el mando o el control emana del cuerpo superior.
“Las funciones del cuerpo físico pueden ponerse en paralelo con las funciones de los cuatro cuerpos.” G. dibujó otro cuadro (figura 2) que representaba las funciones paralelas de un hombre de cuerpo físico y un hombre de cuatro cuerpos. —En el primer caso, dijo G., es decir, en el caso de las funciones de un hombre de cuerpo físico solamente, el autómata depende de las influencias exteriores, y las otras tres funciones dependen del cuerpo físico y de las influencias exteriores que éste recibe. Los deseos o las aversiones —«yo deseo», «yo no deseo», «me gusta», «no me gusta»— es decir, las funciones que ocupan el lugar del segundo cuerpo, dependen de choques y de influencias accidentales. El pensar, que corresponde a las funciones del tercer cuerpo, es un proceso enteramente automático. En el hombre mecánico, falta la voluntad; no hay más que deseos, y lo que se llama su fuerte o su débil voluntad no es sino la mayor o menor permanencia de sus deseos, de sus ganas. “En el segundo caso, es decir en el caso de un hombre en posesión de cuatro cuerpos, el automatismo del cuerpo físico depende de la influencia de los otros cuerpos. En lugar de la actividad discordante y a menudo contradictoria de los diferentes deseos, hay un solo Yo, entero, indivisible y permanente; hay una individualidad que domina al cuerpo físico y sus deseos y que puede sobreponerse a sus repugnancias y a sus resistencias. En lugar de un pensar mecánico está la conciencia. Y hay la voluntad, es decir un poder, ya no simplemente compuesto de deseos variados que pertenecen a los diferentes «yoes», y que son muy a menudo contradictorios, sino un poder nacido de la conciencia y gobernado por la individualidad o un Yo único y permanente. Sólo esta voluntad puede llamarse «libre», porque es independiente del accidente y ya no puede más ser alterada ni dirigida desde afuera. “Una enseñanza oriental describe las funciones de los cuatro cuerpos, su crecimiento gradual y las condiciones de este crecimiento, de la siguiente manera: “Imaginemos un vaso o un crisol lleno de diversos polvos metálicos. Entre estos polvos que están en contacto uno con otro, no existen relaciones definidas. Cada cambio accidental de la posición del crisol modifica la posición relativa de los polvos. Si se sacude el crisol o si se le golpea con el dedo, el polvo que se encontraba arriba puede aparecer al fondo, en medio o inversamente. No hay nada permanente en la situación respectiva de estos polvos y en tales condiciones no puede haber nada permanente. Esta es una imagen fiel de nuestra vida psí- quica. A cada momento nuevas influencias pueden modificar la posición de los granos que se encuentran arriba, y poner en su lugar otros granos de naturaleza absolutamente opuesta. La ciencia llama a este estado relativo de los polvos, el estado de mezcla mecánica. La característica fundamental de las relaciones mutuas en este estado de mezcla es su versatilidad y su inestabilidad. “Es imposible estabilizar las relaciones mutuas de los polvos que se encuentran en un estado de mezcla mecánica. Pero ellos pueden ser fundidos; su naturaleza metálica hace posible la operación. Con este fin se puede encender un fuego especial bajo el crisol; al calentarlos y derretirlos los hará fusionar. Así fusionados, los polvos se encuentran en el estado de un compuesto químico. Desde luego, no pueden ser agitados tan fácilmente como en su estado de mezcla mecánica en el que era suficiente un pequeño golpe para separarlos y hacerlos cambiar de lugar. Ahora lo que contenía el crisol ha llegado a ser indivisible, «individual». Es una imagen de la formación del segundo cuerpo. El fuego, gracias al cual se ha obtenido la fusión, es el producto de una «fricción» que es a su vez el producto de la lucha en el hombre entre el «sí» y el «no». Si un hombre no resiste jamás a algunos de sus deseos, si está en convivencia con ellos, si los favorece, si aun los alienta, no tendrá jamás un conflicto interior en él, nunca tendrá «fricción» y por lo tanto no habrá fuego. Pero si para alcanzar una meta definida combate los deseos que se atraviesan en su camino, crea de esta manera un fuego que transformará gradualmente su mundo interior en un Todo.
Extracto de “Fragmentos de una Enseñanza desconocida” – Capítulo III – P. D. Ouspensky
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