La filosofía económica oficial que impregna todo: valores, conceptos, lógicas, estructuras organizativas, proyectos, políticas institucionales y funcionamientos empresariales, se fundamenta, a mi juicio, en tres pilares tenidos como incontestables y fuera de toda discusión:
1. La fuerza motriz de la sociedad, el impulso genesiaco que pone en marcha el desarrollo social es la llamada economía de libre mercado.
2. La economía de mercado tiene como ley fundamental que rige el despliegue del sistema y lo equilibra permanentemente es la Ley de la Oferta y la Demanda.
3. El sistema se expresa, desde su unidad esencial, a través de tres manifestaciones o emanaciones del mismo: el mercado, la competitividad y el crecimiento sostenido, medido en términos de PIB.
No se puede negar que a simple vista tiene todo el atractivo que poseen las afirmaciones rotundas, aparentemente cohesionadas y con una fuerte impregnación de mesianismo radicado en la libertad individual, la ausencia de poderes restrictivos de esa libertad y, paradójicamente, en una visión basada en el hombre “naturalmente bueno” de Rousseau.
Consumidores nada más
Esa concepción que mutatis mutandi se ha desarrollado durante casi tres siglos y ha cristalizado en el capitalismo financiero con lo que ha conseguido una más que notable hegemonía ideológica en la opinión pública. Como consecuencia de la unidimensionalización de la conducta humana y los valores inherentes a ella, en torno a dos axiomas: el ser humano esencial, despojado de su condición concreta de estatus, clase o situación social, sólo visto como consumidor.
El otro dogma fundamental consiste en trasladar la valoración de una situación personal a un macroescenario virtual en el que las grandes cifras subliman y expresan el estado de felicidad global. El corolario de esto último lo constituye la manifestación de que el crecimiento del PIB conlleva necesariamente una mejora de las condiciones de vida de todos nosotros.
Julio Anguita, excoordinador general de IU.
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