miércoles, 22 de enero de 2014

Las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM)

La muerte no es el final de nada, sino un tránsito, un estado intermedio entre un ciclo vital que finaliza y otro que se inicia. Y la dimensión espiritual que abandona el cuerpo físico durante el mismo, no es un fantasma: es nuestro auténtico ser. Y en la medida en la que el tránsito se produce, cualquier sensación física va desapareciendo, pues ya no hay una corporeidad que la genere: dejan de existir barreras materiales y todo fluye en la Luz que Somos y Es. 

Las percepciones conscienciales pasan, así, a desenvolverse en la esfera cuántica: se transforman en muy sutiles; se expansionan espectacularmente y son radicalmente distintas a las que teníamos cuando nuestra dimensión espiritual aún moraba en el cuerpo.



En este marco, el tránsito sigue unas pautas y cuenta con un recorrido que la Humanidad ha procurado verter desde tiempos pretéritos en diversas tradiciones orales y en diferentes textos, como el “Bardo Thodol” o “Gran Libro de la Liberación Natural mediante la comprensión en el Estado Intermedio” (mal titulado a menudo como “Libro Tibetano de los Muertos”), que constituye una completa guía de instrucciones, redactada en torno al siglo VIII, para afrontar el tránsito, para el que estima una duración de 49 días. Específicamente, la obra divide el tránsito (Estado Intermedio o Bardo) en tres fases, de las que se ocupa en cada una de la triada de partes en las que se estructuran sus páginas: primera, el mismo momento del óbito o Estado Transitorio del Momento de la Muerte: segunda, lo que se experimenta después de fallecer o Estado Transitorio de la Realidad; y tercera, el Estado Transitorio del Renacimiento, esto es, todo lo relativo a lo que antecede al nuevo nacimiento físico o reencarnación, incluyendo el nuevo arranque de los instintos físicos.

Contemporáneamente, han sido muchos los investigadores que se han ocupado del tránsito a través, principalmente, del estudio de las experiencias cercanas a la muerte (ECM) vivenciadas por numerosas personas. Como botón de muestra, se traen aquí tres de ellos:
+El estadounidense Raymond Moody, médico psiquiatra y uno de los pioneros en el tema con su libro, publicado en 1975, “Vida después de la vida”, (Editorial EDAF; Madrid, 2009), donde recoge relatos de personas que habían superado la muerte clínica y se constata la existencia y coincidencia entre ellas de experiencias extracorporales. Su estudio empírico sobre cientos de ECM demuestra que éstas siguen un patrón común: abandono del cuerpo, que se ve desde arriba; desplazamiento por una especie de pasillo hasta llegar a una luz brillante, en la que se siente compasión y amor absolutos; presencia de amigos y familiares que han muerto; recuerdo panorámico en el que se contempla toda la vida pasada; y todo esto sucediendo al mismo tiempo y de forma instantánea. Y la mayoría de las personas que han vivido las experiencias cercanas a la muerte lo rememoran como algo grato y satisfactorio: según una encuesta Gallup de 1982 sobre las ECM, de entre los ocho millones de norteamericanos que declaraban haberlas tenido, sólo para el 3% fue algo desagradable o experienciado como negativo.

+El prestigioso doctor sevillano Enrique Vila, Jefe de Medicina Preventiva en el Hospital Universitario Virgen Macarena de la capital hispalense, que en compañía de su esposa, Ángeles Garfia, desarrolló durante 30 años, hasta su fallecimiento en 2007, un intenso trabajo de indagación científica sobre las experiencias cercanas a la muerte, entrevistando por toda la geografía española a cientos de personas que las habían tenido y comprobando las grandes similitudes de lo sentido y percibido por ellas. Su libro póstumo “Yo ví la luz” (Ediciones Absalon; Cádiz, 2010) recopila los resultados de una parte de tales entrevistas.

+ Y el Dr. Pim van Lommel, reputado cardiólogo holandés, que trabajó durante más de 25 años en un hospital docente con ochocientas camas. Al hablar con cientos de sus pacientes que habían sufrido un paro cardíaco, quedó atónito al descubrir que, lejos de haber perdido la conciencia durante el período en el que habían estado clínicamente muertos, recordaban haber vivido una experiencia extraordinaria: algo que a Van Lommel, como científico, le era difícil de aceptar. Ante ello, decidió estudiar el fenómeno sistemáticamente durante dos décadas en su clínica con un equipo especializado. Y, en 2001, publicó una síntesis de su investigación en la acreditada revista médica “The Lancet”, causando un revuelo internacional. Así se gestó su libro “Conciencia más allá de la vida” (Editorial Atalanta; Girona, 2012), que ofrece abundantes pruebas científicas de que las experiencias cercanas a la muerte son un fenómeno que no puede atribuirse a la imaginación, a la psicosis, o a la falta de oxígeno. Pim van Lommel introduce estas experiencias en un amplio contexto cultural que va desde las diferentes visiones religiosas, hasta los nuevos presupuestos de la física cuántica, en donde estos fenómenos tienen un lugar coherente dentro de sus modelos teóricos. Los resultados de su investigación llevaron a un medio de comunicación tan solvente como “The Washington Post” a señalar que “las pruebas sostienen la validez de las experiencias cercanas a la muerte y sugieren que los científicos deben reconsiderar las teorías existentes sobre uno de los más profundos misterios biológicos: la naturaleza de la consciencia humana”.

Mi propia experiencia cercana a la muerte
Lo recogido en estos textos coincide y encaja con mi propia experiencia cercana a la muerte en la UCI de una clínica sevillana, en la tarde del lunes 29 de noviembre de 2010. Me llevó a ella una cadena de “causalidades” que reconozco sin tapujos, por el auténtico renacimiento que provocó en mi vida, como una “Bendición” y todo un regalo de la Providencia: una caída bajando un monte, en la madrugada del domingo 7 de noviembre, que origina una fractura de peroné; la fractura genera, el viernes 26 de noviembre, una trombosis, y ésta, un infarto pulmonar; un erróneo diagnóstico inicial del infarto como simple neumonía; y el ingreso en la UCI en situación límite -con otros múltiples trombos en la vena femoral y cuantiosa pérdida de sangre expulsada por la boca-, el indicado lunes 29. La ECM que entonces experimenté y sentí de manera clara y diáfana duró casi dos horas de nuestro tiempo, aunque se desarrolló en el contexto cuántico en el que -como se resaltó párrafos atrás- el tránsito se produce. Siendo por ello complicado enunciarlo en palabras, lo entonces vivenciado puede ser sintetizado así de forma general:
1º El ser que somos -esto es: la dimensión espiritual encarnada en el cuerpo físico-, lo abandona (“sale” del cuerpo, expresado coloquialmente) antes de que el fallecimiento de éste y la conclusión de sus funciones fisiológicas hayan llegado a producirse. No vivimos ni la expiración final ni el estertor previo. Antes de que acontezcan, dejamos lo que fue nuestra corporeidad en el ciclo vital y la vida física que está concluyendo.

Esto explica, precisamente, las experiencias cercanas a la muerte: son procesos de tránsito que se viven en su fase inicial, pero no llegan a completarse debido a que, por las razones que sea (se abordan en el apartado 10º), la dimensión espiritual retorna al cuerpo físico que aún no había fallecido. Si el tránsito empezara una vez que la muerte física hubiese acaecido, tal regreso a la corporeidad no sería factible.

2º En mi experiencia, mi cuerpo se hallaba tendido en la cama boca arriba. Lo más frecuente es esto: que el cuerpo del moribundo se encuentre en esta posición de decúbito supino (tumbado sobre la espalda), aunque también en decúbito  lateral (echado de costado), decúbito prono (yaciendo sobre el pecho y el vientre), o recostado sobre algún tipo de asiento (un sillón, el interior de un vehículo…). En cualquier caso, en el instante en el que empezamos a “salir” del que fuera nuestro cuerpo, sentimos cómo nos elevamos sobre él, quedando el cuerpo abajo y nosotros arriba.
Es el inicio del tránsito; y nuestro ser, “sentado” o “flotando” sobre el que fuera nuestro cuerpo, adopta el papel, no de sujeto activo de lo que está sucediendo, sino de observador de la situación y de todo lo que en ella ocurre (familiares que están junto al moribundo, personal sanitario que lo atiende, otra gente que se halle alrededor, conversaciones, llantos…).

3º De inmediato se produce un hecho espectacularmente maravilloso: “vemos” en toda su integridad y con todo lujo de detalles, la vida física que estamos  abandonando; es decir: cada uno de los hechos y circunstancias vividos y acontecidos durante ella, todos sin excepción y ordenada y pormenorizadamente, no de manera deslavazada, parcial o resumida. Y esto se “visualiza”, no a través de la mente, ni como una película o sucesión paulatina de fotogramas o escenas que se proyectaran ante nosotros: la vida que hemos experienciado, por prolongada o intensa que haya sido, se contempla íntegramente y de modo instantáneo, todo a la vez y en un momento, como si nos tragáramos una pastilla o un chip que nos permitiera ver de golpe, ipso facto, en una especie de colosal flash, todo lo vivenciado a lo largo de la misma.

Se percibe así, de manera directa y sin necesidad de elucubraciones intelectuales, que el tiempo no existe y que la Creación –y nosotros en ella- fluye y se despliega en la instantaneidad, sin pasado ni futuro, todo en un Aquí y Ahora que es la Eternidad en sí: el momento presente continuo en el que lo eterno se desenvuelve.

4º La visión íntegra e instantánea de la vida que ha terminado, proporciona otra sensacional sorpresa: verificar -sin lugar a dudas ni incertidumbres- que todo hecho en el mundo exterior (en nuestra vida, en la de los demás, en el planeta, en el Cosmos…) tiene su causa y origen en el interior (en el caso de la vida de cada uno, en el interior de cada cual). Y, ligado a ello, comprobar cómo, en la vida que dejamos absolutamente todo (cada evento, situación o experiencia, por insignificante o importante que para nosotros haya sido) enlaza con el propósito -el “propósito de vida”- para el que nos encarnamos en la persona que fuimos y, en ese contexto, ha tenido su porqué y su para qué: por tanto, todo encaja de manera armónica y no hay ninguna pieza suelta o fuera de lugar en el puzle (en ese rompecabezas que la vida nos parece tantas veces, mientras estamos inmersos en ella).

Esto permite percatarse de la ficción mental que representa calificar, clasificar y enjuiciar los hechos que vivimos bajo el prisma de la dualidad: buenos o malos, placenteros o dolorosos, gratos o ingratos, blancos o negros… Lo cierto es que en la vida no sobra nada: tampoco esas circunstancias que mentalmente quisiéramos borrar del mapa y de nuestra memoria y nunca haber vivido. En ese sublime momento del tránsito se “ve” con meridiana claridad que todo es perfecto y tiene su sitio en el bagaje de Consciencia y Experiencia que es lo único, ni más ni menos, que nos llevamos con nosotros a la “otra vida”.

5ª Y las bellas sorpresas no terminan aquí, pues a todo lo anterior se suma de inmediato la constatación de que el tránsito no lo acometemos solos, sino estupendamente acompañados. ¿Por quién?. Al principio son luces blancas y brillantes que nos rodean, aunque pronto toman un aspecto reconocible: el de seres queridos fallecidos antes que nosotros (pueden ser nuestros abuelos, padres, hermanos, hijos, pareja, amigos íntimos…) y el de aquellas “entidades” (santos y santas, ángeles y arcángeles, guías y “maestros” espirituales… cada cual en función de sus “creencias” ) por las que durante la vida habíamos sentido algún tipo de vinculación espiritual (devoción, sentimiento de compañía, percepción de apoyo en tesituras difíciles de la vida, comunicación de mensajes y canalizaciones…).

Todos estos “acompañantes” en el tránsito se muestran amorosos y extremadamente alegres. Entre ellos, los seres queridos ya fallecidos son los que toman la iniciativa de la comunicación con nosotros. Obviamente, no hablan, pues carecen de corporeidad, pero se recibe nítidamente lo que nos transmiten: mucha felicidad por el reencuentro y una gran paz, sosiego y confianza para continuar avanzando en el tránsito.

6ª. Al menos en mi caso -que durante la vida física había tenido oportunidad de sentir nuestra naturaleza multidimensional y contactar con mi Yo Superior en otras Dimensiones-, a los familiares fallecidos y a las mencionadas “entidades”, se agregaron formas de luz que fueron tomando el aspecto de “mí mismo” en otros planos de consciencia: “mí Yo” de Cuarta Dimensión, de Quinta, de Sexta… (a veces se trata de los guías y maestros antes citados, que en ocasiones no son sino nuestro Yo Superior experienciando en otros planos más sutiles de existencia y que, desde ellos, mantienen la conexión con su proyección en Tercera Dimensión; es decir: con lo que nosotros hemos sido durante la encarnación que acaba de concluir).

7º Cuando nos encontramos tan excelente y portentosamente acompañados, en nuestro entorno se abre un soberbio túnel de luz resplandeciente. Yo lo vi emerger delante de mí y en posición horizontal, sin pendiente alguna, aunque otras personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte lo recuerdan inclinado verticalmente y orientado hacia arriba o hacia abajo. En cuanto al color de la luz, la visualicé refulgente y casi deslumbrante, pero incolora, si bien hay quien la ha visto blanca, amarilla, azul o verde esmeralda. En cualquier caso, su brillo es tan cálido como acogedor, y nos invita introducirnos en el túnel sintiendo y sabiendo que es la puerta hacia el “más allá”, hacia la otra vida.

8º Pude ver, igualmente, que la forma de túnel que esa luminosidad tan radiante adopta no es fruto de la casualidad, sino que se debe a que la luz llega hasta nosotros desde el otro plano abriéndose paso a través de una capa nublosa, sombría y viscosa. Supe de inmediato -sin necesidad de preguntar-, que su origen radica en las proyecciones energéticas y conscienciales de las experiencias de desamor y desarmonía que entre todos desarrollamos en Tercera Dimensión y que rodean este plano como si fuera una nube de contaminación o una franja de “chapapote”.

También pude sentir que hay dimensiones espirituales que en el tránsito -debido al desconcierto generado por la inconsciencia acerca de lo que están experimentando (a menudo, porque nunca en su vida se han planteado que fueran a morir algún día ni nada con sentido de trascendencia)  y a su querencia consciencial hacia el mundo material que están abandonando- tienden a no pasar el túnel de luz, y optan, en libre albedrío, por permanecer dentro de esa capa oscura, empeñándose en reproducir -aunque ya carezcan de corporeidad- los hábitos y conductas de cuando estaban físicamente vivos. Muchos casos de “presencias”, espectros y asimilados que estudia la parapsicología, obedecen a este hecho. En algunos casos, se trata de un estado transitorio y, pasado un “tiempo”, las dimensiones espirituales entran por el túnel de luz (la labor de convencimiento de las dimensiones espirituales de los seres queridos fallecidos suele ser crucial al respecto). En otros, en cambio, permanecen en esta capa indefinidamente, hasta el momento de su nueva encarnación en el plano humano, al que vuelven sin completar el tránsito: sin haber gozado de la Luz del más allá y de la perspectiva de las cosas y de la vida que en ella se recuerda y disfruta.
Esto suele provocar que, en la nueva vida, su personalidad, actos y experiencias se hallen aún más ajenos a cualquier percepción de trascendencia y firmemente apegados a lo egóico y material, en sus diferentes manifestaciones, confundiendo la felicidad con la mera cobertura de sus deseos físicos y anhelos emocionales. Es a ellos a los que Jesús de Nazaret se refiere cuando lanza aquella frase tan aparentemente críptica: “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas, 9,60). Esos “muertos que entierran a sus muertos” no son los de los cementerios, que, estando muertos físicamente, han realizado el tránsito a la otra vida, sino las dimensiones espirituales que, sin haber pasado al otro plano ni haber gozado de él, vuelven a encarnar en cuerpos humanos, desplegando, como se acaba de reseñar, una vida física carente de Vida y volcada en el egocentrismo y el materialismo.

9º Ya al final del túnel, tras haberlo recorrido, o inmediatamente antes de salir de él (éste fue mi caso), se vive algo imposible de plasmar en palabras y que solo puedo compartir como experiencia excelsa y gloriosa de Amor Puro: el contacto vivo y directo con la energía o esencia crística o búdica. Su presencia fue presentida tanto por mí como por todos los seres de luz que me acompañaban en el tránsito, transformándonos en más refulgentes y radiantes poco antes de su “llegada”.

Cuando inunda cuanto nos rodea, la inercia derivada de la corporeidad física que acabamos de dejar, hace que busquemos en nuestro interior consciencial una imagen que, de algún modo, refleje esa hermosa y tremenda fuerza de Amor que estamos sintiendo de manera eminente y grandiosa. Y en este punto, cada cual la percibe en función de la tradición espiritual o religiosa que haya hecho suya durante la vida que acaba de concluir.

En mi experiencia, la visualicé en la forma de Cristo Jesús: un Jesús de Nazaret de cuerpo luminoso, blanco centelleante; melena castaña y corta, con los pelos ligeramente caídos sobre los hombros; y rostro maduro, aunque juvenil, tan lleno de Amor como de autoridad (no basada en ningún tipo de dominio, control o poder, sino en la potencia natural de su evidente e inconmensurable divinidad). Me tendió sus manos de luz y las entrelazó con las mías, generando en mi ser una experiencia de gozo inenarrable.

10º La mayoría de las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte y han vivenciado lo sintetizado en los puntos precedentes, no quieren volver al cuerpo físico y a la vida que habían dejado. ¿Por qué, entonces, algunos sí regresamos?

Los motivos pueden ser muy diversos: desde los que retornan sin saber exactamente la razón, a los que, al contemplar íntegramente su vida, consideran que tienen experiencias pendientes relacionadas con el “propósito de vida” con el que encarnaron en esa existencia física y que aún pueden acometer (entre esas experiencias pendientes es frecuente que se encuentre la atención y el cuidado de hijos pequeños, pues son los hijos, al encarnar, los que eligen a sus padres, no al revés, por lo que éstos tienen un determinado compromiso álmico con aquellos).

Eso sí: en ese instante del tránsito, muchos sentimos la realidad inefable de que cada uno muere (transita) cuando íntimamente, desde su ser interior, toma esa decisión: morimos cuando queremos, ni antes ni después; no hay casualidades ni accidentes, por más que el fallecimiento pueda acontecer de forma aparentemente fortuita o inesperada. Y esta decisión se halla ligada al reiterado “propósito de vida” y se adopta una vez que ha sido cubierto o, llegado el caso, cuando se asume que ya, dado lo mucho que se ha apartado de él, resulta imposible su cumplimiento.

¿Por qué volví yo a mi cuerpo físico?. Fue consecuencia del encuentro, antes narrado, con Cristo Jesús y de la comunicación que ahí se estableció, durante la que me confirmó que estaba cumplido mi “propósito de encarnación” (es decir, no sólo el “propósito de vida” en la que acababa de dejar, sino el propósito de toda mi encarnación, a lo largo de una prolongada cadena de vidas, en el plano humano), a la par que me trasladaba su deseo de que, no obstante lo anterior y salvo que ello me desarmonizara interiormente, volviera a la vida física recién dejada, para hacer “algo” que sólo sabría una vez trascurrido cierto tiempo tras retornar a ella.

11. Y una vez incorporados de nuevo al cuerpo y a la vida que habían abandonado, no todos aquellos -entre los que en el tránsito sintieron un motivo preciso para volver- lo recuerdan. En ocasiones, esa remembranza, o el conocimiento de la razón que en el tránsito no supieron, se produce años después de haber retornado a la vida física.

En mi caso, el “algo” anunciado por Cristo Jesús durante el tránsito, lo conocí  al año exacto de haber retornado a mi actual vida física; esto es: en diciembre de 2011. ¿De qué se trata? No comparto lo que aquí relato, para contar mi vida, sino para exponer vivencias que coinciden y reafirman las experiencias cercanas a la muerte de numerosas personas. Por ello, baste con indicar que tiene ver con el nuevo ciclo que se abrió a partir del famoso solsticio de invierno de 2012 y con el momento de Evolución y Dicha que la Humanidad, la Madre Tierra, el sistema solar y la Vía Láctea disfrutan en el Aquí y Ahora. Un contexto en el que debo hacer dos cosas: poner mi modesto grano de arena al objeto de trasmitir seguridad a la gente, eliminando miedos y autolimitaciones mentales ante las maravillosas y desconcertantes vivencias que en nuestro interior –y, como consecuencia de ello, también el mundo exterior- estamos percibiendo, sintiendo y viviendo; y, por otro, darme la Gozada de disfrutar de la Vida sabiendo de manera plena que todo encaja, que tiene su porqué y su para qué en clave de nuestro desarrollo consciencial y evolutivo, que todo fluye, refluye y confluye en el Amor de cuanto Es y Acontece y que ya todo es y nosotros mismos somos todo aquello que nuestro Corazón puede anhelar, por lo que no hay nada que conseguir, alcanzar, por lo que luchar, por lo que esforzarse. La Vida es el Milagro y basta con fluir en ella con completa Confianza
12º. De lo sintetizado en los apartados anteriores, queda abierta la cuestión relativa a qué hay más allá del túnel de luz, pues en las experiencias cercanas a la muerte no llega a recorrerse o, nada más hacerlo, la experiencia concluye y acontece el retorno a la corporeidad. A pesar de esto, mi vivencia coincide con la de otras personas que han tenido ECM en cuanto a que lo que hay tras el túnel se percibe casi desde el comienzo del tránsito, cuando se empieza a “salir” del cuerpo físico, y, muy especialmente, en el instante en el que se contempla por primera vez el reiterado túnel de luz. 

¿Qué es lo que percibe de ese más allá? Pues, sencillamente, que se trata de un plano de existencia “Real” –en contraposición, se siente que el que se está dejando, la vida física y material, es  una especie de sueño, mera ilusión o ficción- y que se halla presidido por:
+la Unicidad, sin lugar para ningún tipo de identidad, sea física o espiritual, ni de separación o fragmentación;
+la Instantaneidad, sin tiempo, ni  pasado ni futuro: sólo un momento presente eterno en el que todo sucede a la vez, similar a lo que se expuso en el apartado 3º a propósito del flash en el que visualizan íntegramente los hechos y circunstancias acaecidos durante la vida que se está abandonando-;
+una colosal Quietud plena de Paz, Silencio (en cuanto a ausencia de “diálogo”, de preguntas o respuestas) y Amor; y
+la Presencia del Vacío, del No-Ser del que emana el Ser, de la Nada cuya Manifestación es el Todo.
Y es importante señalar que la percepción de un plano de existencia tan radicalmente distinto al que hemos experimentado durante la vida física, no genera ninguna clase de extrañeza o desconcierto. Al contrario: se  siente como el retorno al Hogar, a nuestro hábitat natural, por más que la noción de “nuestro”, ligado a una identidad, ya no tenga sitio ni sentido. 

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