La percepción superficial de la información que se cultiva dentro de la sociedad contemporánea elimina totalmente la visión individualizada de la realidad, convirtiendo a la persona en una especie de robot al servicio del sistema. La educación, todo el sistema de valores que nos imponen la sociedad, la televisión y la familia, tienen el mismo objetivo: hacer que pensemos lo menos posible.
Hoy en día, la formación adecuada y las prácticas de autodesarrollo son más asequibles gracias a los medios de comunicación social. En La Voz de Rusia nos hemos preguntado si es hay forma para hacer que las personas vuelvan a reflexionar sobre su propia vida y las vidas ajenas.
El psicólogo británico Ken Robinson, autor del libro The Element: How Finding Your Passion Changes Everything, echa toda la culpa al entorno que agota rápidamente los bien escasos recursos psicológicos de la persona haciéndola percibir de manera continua los flujos informativos sin poder analizarlos debidamente. Una de las opciones sería desconectarse temporalmente de los medios de comunicación, el teléfono e Internet para tratar de recobrar energías. Pero tenemos dependencia informativa parecida a la drogadicción. Estamos pendientes de tantas minucias, sin hacer caso a cosas realmente importantes, como, por ejemplo, los descubrimientos científicos capaces de voltear nuestra conciencia.
Se suele pensar que algunas personas son creativas y otras no. Pero esto no es del todo cierto. La creatividad es algo inherente a la naturaleza humana. Pero el sistema la oprime a través de las guarderías infantiles y escuelas.
El pensamiento divergente es la capacidad de pensar de manera distinta a los clichés aprobados, lo que justamente constituye la variable creativa de la mentalidad humana. Según estudios científicos, el nivel de divergencia en los niños de edad preescolar alcanza el 98 %, pero disminuye hasta el 10 % en los egresados de la secundaria y sigue bajando. Para los veinticinco años, la persona apenas si tiene el 2 % del nivel de divergencia.
Un ejemplo muy simple. Frente a cualquier circunstancia inesperada, como un apagón eléctrico o cosas por el estilo, la población de las grandes ciudades se da al pánico. La dependencia de las altas tecnologías puede llegar a extremos críticos, cuando la persona se siente despistada e incapaz de hallar soluciones frescas. Nuestro experto Evgueni Tatárintsev, del Instituto de Psicología, Sociología y Relaciones Sociales, aclara:
–Las tecnologías modernas nos facilitan mucho el logro del resultado, por lo que acabamos delegando parte de las funciones a los equipos mecánicos o electrónicos para nunca más volver a pensar en ellas. Así, los niños contemporáneos ya no son tan ágiles para contar mentalmente, prefieren andar con una calculadora. Por un lago, esto les permite liberar energías, mas por otro, simplemente dejan de hacer esfuerzo. Algunos psicólogos aseveran que por esta misma razón puede disminuir la capacidad imaginativa del niño, porque si antes le bastaba un palito para imaginarse montando a caballo, ahora hay formas concretas, visualizada del animal, lo que debilita su potencial imaginativo.
El sistema de enseñanza parece estar concebido para matar la capacidad de reflexionar. El experto agrego que las clases de informática a nivel de primaria tienen efecto negativo, porque son demasiado profundas. En vez de dibujar y esculpir, los niños preparan presentaciones según esquemas estándar. Teóricamente, la escuela puede crear condiciones adecuadas para el desarrollo de la creatividad infantil, pero es la familia la que debe tener el papel central en este asunto. Nuestro experto recomienda:
–En términos generales, aconsejaría dos cosas. Primero, motivar al niño para que haga cierta tarea, y segundo, ponerle obstáculos. Pero deben ser unos obstáculos que no se pueda superar de manera habitual, estándar. Cualquiera que desee llegar a una meta, pero no lo pueda hacer de manera tradicional, se pondrá a pensar en soluciones insólitas. Tove Janssen tiene una historia sobre los mumins, cuando éstos se acercan a una tienda y encuentran allí dos sendas, una directa y la otra llena de curvas. Y alguien dice que quién sabe, de repente caminar por la de las curvas resultará más divertido e interesante. No es que debiéramos confundir deliberadamente a los niños. Pero los rompecabezas infantiles son un ejercicio muy bueno incluso para los adultos.
El niño, desde que nace, comienza a estudiar el mundo que lo rodea. Es inteligente, activo y aprehensivo porque aprovecha sus tres herramientas básicas a la vez: la inteligencia, el cuerpo y las emociones. La armonía de estas tres funciones asegura su desarrollo equilibrado a partir de la curiosidad y el interés. La psicóloga Anfisa Kalistrátova formuló de manera muy clara cómo la persona pierde a sí misma, separándose intelectualmente de su cuerpo:
–La mayoría de las personas no siente su cuerpo, ni sus emociones. No los analiza, ni es consciente de ellos. Es esto lo que nos convierte en robots. Los niños, en cambio, tiene muy bien desarrollada esta “inteligencia corporal”. Sienten muy bien su cuerpo y sus emociones, así como las emociones de otras personas. La crueldad del proceso educativo hace que el niño vaya perdiendo contacto con su cuerpo, y al separarse del mismo, se llene de estereotipos impuestos y obligaciones de todo tipo.
¿Cómo podemos recuperar este contacto con nosotros mismos en el mundo que nos rodea y entender adónde vamos y por qué? Nuestra interlocutora sostiene que nunca es tarde para pensar en ello:
–La recuperación de la identidad comienza por las prácticas corporales, emotivas y aquellas que estimulan el sentimiento. Son las terapias Gestalt, de arte y correctivas. El yoga es muy bueno. Cuando la persona comienza a redescubrir a sí misma, su pensamiento también cambia. Recupera su creatividad que originalmente existe en todas las personas.
Los psicólogos destacan dos enfermedades del siglo XXI, o mejor dicho, dos formas de neurosis que atormentan la conciencia de la mayoría de las personas. La escasez de dinero y la falta de tiempo. Las dos cosas son fantasía pura, un autoengaño que remplaza las necesidades auténticas que solo podemos ver si nos detenemos un instante para escudriñar en el interior de nuestra mente. ¿Qué es lo que realmente necesitamos? ¿Qué queremos? ¿A dónde vamos?
Ksenia Fókina / La Voz de Rusia
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